1/14/2014

El hundimiento del Titanic














EL ICEBERG

El iceberg avanza hacia nosotros
inexorablemente.
Ve cómo se suelta
del frente del glaciar,
de los pies del glaciar.
Sí, es blanco, 
se mueve,
sí, es más grande 
que todo cuanto avanza
en el mar,
en el aire
o la tierra.

Sueños mortales
que una larga caravana
de icebergs atraviesa.
"A doscientos cincuenta pies de altura
sobre el nivel del mar,
destellan sus colores
que son maravillosos
y totalmente diáfonos."
"Como si fuese un sol
multiplicado
sobre las celosías de cientos de palacios."

Mejor es no pensar en lo que pesa
un iceberg.
Cuantos lo han visto
no olvidarán jamás tal escpectáculo
aunque vivan cien años.

"Ese espectáculo aguza la imaginación
pero llena el corazón
de un sentimiento de involuntario horror."

El iceberg carece de futuro.
Flota a la deriva.
No podemos hacer uso de él.
Existe, sin duda.
No tiene valor.
La confortabilidad
no es su fuerte.
Es mayor que nosotros.
Siempre y únicamente
vemos su cima.

Es efímero.
No se preocupa.
Nunca progresa,
pero "cuando, parecido 
a una inmensa mesa
de mármol blanco,
veteado de azules,
se mueve de improviso y quiebra lo profundo,
todo el mar se estremece".

En nada nos concierne,
sigue su ruta monocorde,
no necesita nada,
no se reproduce,
y se derrite.
No deja huellas.
Se disipa perfectamente.
Sí, ésa es la palabra:
perfectamente.








CANTO IX

Todos esos extranjeros que posaban ante los fotógrafos
en los cañaverales de azúcar de Oriente, sus machetes en alto,
el pelo pegajoso, y camisas de mezclilla
endurecidas por el sudor y la melaza: ¡qué gente tan superflua!
En las entrañas de La Habana la miseria ancestral
continuaba su tarea de putrefacción, la ciudad hedía a orina vieja
y vieja servidumbre, los frifos se secaban por la tarde,
la llama del gas se apagaba en el fogón, las paredes
se desmoronaban, no había leche fresca, y por la noche
"el pueblo" hacía paciente cola para comer pizza.
Pero en el Hotel Nacional, en los salones frente al mar,
donde hace mucho tiempo solían cenar los gángsters, los senadores,
con emplumadas reinas del striptease
sentadas en sus adiposos muslos y regateando una propina,
deambulan ahora un puñado de trasnochados
trotskistas de París, que se sienten
"dulcemente subversivos", tirándose unos a otros bolitas de pan
y citas de Engels y Freud.


Cena 14 de abril de 1969
(Año del Guerrillero Heroico)
Cóctel de langostinos
Consomé Tapioca
Lomo a la parrilla
Ensalada de berro
Helados

Más tarde emergían en cubierta, en blanco y negro,
unos cuantos jugadores vestidos de etiqueta,
y damas en largos vestidos con perlas, ante mirones
en albornoz que lanzaban trozos  de hielo al descuido,
poco antes de medianoche, en una película de Hollywood.
Era cerca de medianoche, el aire estaba húmedo y cálido.
Niños semidesnudos invadían el destartalado cine
en la Calzada de San Miguel, riendo y trepándose
en las butacas sucias. La imagen era sombría y borrosa, 
el sonido era rayado: una copia malísima.
EN el blanco entablado de cubierta, Barbara Stanwyck
saltaba de un lado a otro con Clifton Webb, las imágenes danzaban, 
y de pronto, como siempre, de la necesidad surgió el caos.
No olvides el revólver, querido, piensa
en tus esmeraldad, en los sándwiches,
en tu manuscrito. Y tú, lleva la Biblia,
y tu pequeño cerdito de hojalata que toca "Maxixe"
cada vez que le tuerces el rabo, tu pequeño cerdito
de hojalata de colores, ¡que no se te olvide!

Delegaciones. Mulatas. Comandantes. En el comedor
los habmrientos poetas de Paraguay siguen discutiendo
con los trotskistas en una nube de tabaco.
En las escaleras de incendios, los jóvenes delatores
que taratean suaves rumbas y los checos
con sus relojes y sus negocios sucios.

Incluso antes que el miedo, te golpea el ruido como un puño. 
El oído agredido no puede asimilarlo. Son tus pies los que te advierten:
El casco rechina, un vapor estruendoso sale de las chimeneas.
Las calderas se apagan, las mamparas caen,
los motores se detienen. Ahora todo está quieto,
súbitamente quieto. Una sensación de modorra,
como si uno hubiera despertado de una pesadilla
a las cuatro de la madrugada en la habitación del hotel,
y escuchara atento. No hay señales de vida.
Hasta el frigorífico está en silencio. Con gusto 
acogeríamos ahora cualquier sonido,
un chasquido de la caldera,
un ladrón, un registro de la policía...
Nunca volverá todo a estar tan seco y quieto como ahora.





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