1/14/2014

El hundimiento del Titanic













EL APLAZAMIENTO

Observando la famosa erupción del Helgafell,
un volcán en la isla de Heimaey,
transmitida en directo por una docena de cadenas de TV,
vi a un anciano en tirantes salpicado de azufre y sulfuro,
que, haciendo caso omiso de la tormenta, el calor, los cables de TV,
las cenizas y los espectadores (incluyéndome a mí, agachado
en mi alfombra ante la lívida pantalla), sostenía 
una manguera de jardín, delgada pero claramente visible,
apuntando hacia la rugiente lava.
Se le sumaron vecinos, niños, bomberos, todos apuntando
más y más mangueras a la enfurecida lava que avanzaba,
hasta transformarla en un muro cada vez más alto, duro,
frío y húmedo, color ceniza, aplazando así, acaso no para siempre,
pero al menos por ahora, la Decadencia de Occidente,
razón por la cual los habitantes de Heimaey, cerca de Islandia,
a menos que hayan muerto todos desde entonces, continúan
viviendo en sus limpias casas multicolores de madera, 
sin que los molesten las cámaras, regando tranquilamente sus lechugas
que, gracias, a la lava, han crecido
simplemente enormes, y, al menos por ahora,
no muestran señales del inminente desastre.






CANTO XIV

No es como una matanza, ni como una bomba;
no hay sangre, nadie es mutilado;
es simplemente una inundación, un aumento gradual 
por doquier. La humedad se filtra.
Se forman diminutas perlas, regueros.
Lo que ocurre es que se te humedecen las suelas,
los puños de las camisas se te empapan, el cuello se torna
pegajoso en la nuca, se te empañan las gafas;
las cajas fuertex exudan, y se han manchado
las rosetas de yeso en el techo. Lo que ocurre es

que todo huele a su olor sin olor,
que gotea, se derrama, chorrea, se vierte;
no alternativamente, sino todo a la vez,
ciegamente, coincidentemente, promiscuamente,
humedeciendo el bizcocho, el sombrero de paño, los calzoncillos,
lamiendo sudorosamente las llantas de las sillas de rueda,
estancando el salobre en los urinarios, filtrándose
hacia los hornos; y ahí está otra vez,
horizontal, húmeda, oscura, callada, inmóvil, simplemente
elevándose, lentamente, lentamente levantando pequeños objetos,
objetos de valor, botellas llenas de líquidos nauseabundos,
llevándoselas descuidadamente hasta que se vacían,
cosas de goma, cosas rotas y muertas; y esto continúa

hasta que tú mismo lo sientes en el esternón;
obstruyendo urgentemente, salobremente, pacientemente,
algo frío y pacífico que te sube, llegándote primero
a las rodillas, luego a las caderas, a los pezones,
a las clavículas; hasta que te toca el cuello, hasta que lo bebes,
hasta que sientes el agua sedienta
buscándote la entraña, la tráquea, el útero,
la boca; y sabes entonces lo que se propone: se propone
llenarlo todo, tragar y que la traguen.








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