2/06/2019

Aspiraciones de la clase media. Brenda Ríos.












Aspiraciones. Hay solo dos países: el de los trabajadores y el de los desempleados (el país de los sanos y los enfermos).  Durante algunas décadas perteneces al primer grupo pero después es inevitable caer, ser un miembro inútil, reemplazable. Prestaciones / Presentaciones. Soy mi salario. La manera en que me desenvuelvo en la oficina, la forma en que me miran los jefes. Los chismes. La firma de la nómina. Soy esos veinte segundos que espero en el checador. Soy esa persona que piensa que el futuro es la luz que avanza y retrocede en la superficie transparente del scanner. 





La mayor aspiración de mi familia, 
de mi generación, 
de mis amigos 
es tener un buen empleo. 
Cualquier empleo. 
Una plaza fija. 
Vacaciones pagadas, 
prestaciones, café ilimitado, clips metálicos, 
fotocopiadora en un cuarto aparte, 
persianas de plástico [tiras de algo blanco que permanece]: 
qué belleza el pvc fracturado. 
No podemos aspirar a más porque no hay más. 
Lo sé, lo sabe mi familia, mis amigos, mi generación entera.






Metamorfosis invertida: de insecto a ser humano. Ecuación: mientras mayor sea tu masa de mediocridad, mayor la seguridad que acumulas. Ser dueño de un departamento es la cúspide de lo humano. Exámenes físicos y mentales. Vigilancia y castigo. Hacer de cada empleado un ser que ama su escritorio, su rinconcito en el refri, en el estacionamiento.  Oportunidades de crecimiento. Requiem por el requiem del sueño latinoamericano. Nietos de los hijos de la ira. 




Es tan difícil estar capacitado
es casi imposible 

Al final el empleo 
consiste en servir agua en un vaso 

Pero hay que hacer exámenes 
varias entrevistas en dos idiomas 

Me sentí tan poca cosa cuando 
derramé el agua en la prueba definitiva
casi no era yo persona 
era una seudopersona 
alguien que fracasa




Infla un globo y llénalo con tus deseos: materiales más livianos que el hidrógeno. Ser el asistente del mes, el ciudadano con las llaves de la ciudad, el autor más joven galardonado con los premios nacionales, con sus libros traducidos a diez idiomas. Aspiraciones = odio. Odio por ti mismo y por los que lo consiguen: masticar un pedazo de latex con escarabajos. Utopías, distopías, tierras baldías del sistema; por un lado el capitalismo y sus profecías de final de mundo, por el otro las dictaduras del proletariado y la felicidad al estilo de las revistas de los testigos de Jehová: las fieras conviven con esas personas que ganan tres veces más el salario mínimo. Ser el otro. Rimbaud vencido, abotargado, la promesa no es la extrañeza del yo, es la necesidad desesperada de dejar de ser la persona que detestas. Apenas un imitador de Edward Norton fantaseando con una alternativa: cambiar tu hogar de interés social, tu cubículo cerca del sanitario. En las películas norteamericanas de psicópatas, el malestar de los protagonistas surge cuando comienzan a ocupar su tiempo libre; el glamour de Patrick Bateman no lo alcanzan los oficinistas del tercer mundo. 




Cómo esperar algo que no sabemos nombrar 
esa oscuridad 
algo que leímos alguna vez 
sobre ser otros.




En el segundo capítulo del Ulysses un inglés se jacta de no deberle un penique a nadie. Esa es la diferencia entre un heredero del imperio y un siervo, dice. Durante sexenios nosotros hemos hablado de Deuda Interna y Externa, del déficit del Producto Interno Bruto, de las devaluaciones, de los rescate financieros a las instituciones bancarias. En Latinoamérica un niño nace con una deuda de 600 mil dólares. "Hay una deuda / pero está rota / y es inútil pagarla en pedacitos", canta Mara Pastor. Desde hace unos años la cartelera de Hollywood cambió: se hace la hagiografía de los billonarios. En cada una hay un pequeño secreto: no se consigue una fortuna sin cometer un pequeño crimen. "El capital tiene manchadas las manos de sangre". El lobo de Wall Street, El Club de millonarios son apologías del fetichismo. Aparentar y eludir. No hay peor pecado que la renuncia, quien lo hace está fuera del juego, no tiene lugar en el país de los desempleados, es un monstruo, un leproso. 




Un día reuní valor
y me planté al jefe:
¿qué pasó con el ascenso? 
Este año no podrá ser. 
Eran principios de enero. 
El árbol de navidad seguía en el pasillo, 
la gente parecía descansada de sus vacaciones en familia, 
quizá aliviada un poco de dejar sus casas por la seguridad de la oficina; 
yo seguí como si nada, impávida 
frígida 
suave 

Dos semanas después regresé a ese mismo sitio con una carta de renuncia 
escrita como suelen ser esas cosas: 
yo, fulana de tal, que ocupo el cargo tal, 
agradezco a usted, señor tal haberme confiado tales tareas, con las cuales fui muy feliz pero ahora debo irme 
a luchar por los niños en África, 
el VIH, el cáncer de piel 
a cuidar a mi madre enferma, 
               a seguir aprendiendo 
agradezco la confianza depositada, y estoy de lo más 
               agradecida de haber formado parte 
de este gran proyecto 
queda de Usted 
blablablabla




Alguien se aleja, mira las oficinas como enormes campos de crianza con millones de animales humanos en engorda, con la saliva escurriendo. Jaulas. Jaulas donde vive el loro aquel del siempre estar cansado.




Solía estar todo el tiempo cansada 
despertar, bañarme, desayunar algo 
poner el pan en el tostador: 
ya estaba cansada 

Hacía dos o tres cosas en la oficina 
y volvía a casa 
caminando lentamente 

Salía a la tienda a comprar cerveza
o pan
o leche 
eso me implicaba tanto esfuerzo 
que llegaba al departamento jadeante 
fracasada 
me echaba entonces en cama 
me agotaba la programación de la tele 
sonaba el teléfono pero no podía moverme a contestar 
lo dejaba sonar 

No dormía, me estacionaba como ballena varada en playa
y entraba a otra parte, oscura 
donde salía 12-16 horas después 
Cansada aún 
siempre 
agotada del tiempo 
del día 
de la noche 
de la hora en que los mosquitos entran por las rendijas 
a comerse la piel que encuentran 
piel lánguida, rendida 
puesta ahí como en un frutero 
esperando, esperando que llegue algo 
cualquier cosa 
la muerte por ejemplo 
o un toquido en la puerta.




La dificultad de retratar la medianía. Tocar cada uno de nuestros defectos y expresarlos. No huir, no mirar hacia los placeres y gustos que nos proporciona el miedo, la prisa, la dificultad de escuchar la palabra no. 




Segunda parte: Casa. Un lugar para cuidarse, para juntar las piezas y construir ese juego de mesa que es la memoria. Un sitio que se construye. Un refugio contra sí mismo, un cambio de registro. El espacio donde la risa y la tontería es permitida. Relajarse, desprenderse el corset de la cortesía. El espacio donde el orden nace de una necesidad interior. Un ruido, el del estómago o el de los genitales.



Anoche, en una cena con pocos amigos 
antes de servir la comida, nos pasó
que no pudimos abrir el frasco de palmitos. 
Tres mujeres le dimos de golpes 
lo pusimos en agua hirviendo, con la tapa hacia el fuego pero fue imposible. 
Los palmitos, blancos, nos miraban en su agua 
                      encantada, felices 
en la prisión. 
Yo propuse llamar a una banda de rock Los palmitos necios. 
Y reímos por tonterías como esa





Casa. Un sitio donde se supone que cada integrante es aceptado, donde es casi imposible la expulsión pero también es un nido de insectos, de envidias, un nudo de tensiones. Un límite. La línea que nos separa del intolerable mundo. Una caja de cartón, un puño de palillos de madera. 







Brenda Ríos
Aspiraciones de la clase media
Liliputienses







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