8/08/2017
José Kozer. Abuela, tu orina fermentada de yegua.
Gramática de mamá
En mayo, qué ave era
la que amó mamá: o habló de las mimosas.
Dice que no recuerda el nombre de los ríos
que circunscribían
su pueblo natal:
aunque
siempre se ahogaban
un varón y una hembra en verano un varón
y una hembra en
verano. Menciona
una conversación
crucial con sus hermanas: son como amigas
entrelazadas por el
meñique, se irán.
Cuánto desánimo,
aunque
en los camarotes
haya un centro de mesa con frutas tropicales,
sobre cubierta hermosas
meretrices que hablan
un idioma gutural, no
les asombra
la aviación
ni el cable trasatlántico (letras) que atizan los
gorriones boquiabiertos
o despiden
mariposas de luz. Llegarán
entre muchachos entalcados y con guedejas
aromáticas que irán
diseminándose por
Apodaca Teniente
Rey Acosta, acabarán
por adquirir
un chiforrobe de caoba con unas iniciales tibias
en la ropa interior
y que sirva
a la vez de caja fuerte. Se habrán establecido,
pronto irán a tutearse
en los seminarios de
sionismo, mamá
en un esmerado castellano.
Gramática de papá
Había que ver a este emigrante balbucir verbos
de yidish a español,
había que verlo entre esquelas y planas y
bolcheviques historias
naufragar frente a
sus hijos,
su bochorno en la calle se parapetaba tras el
dialecto de los gallegos,
la mercancía de los
catalanes,
se desplomaba contundente entre los andrajos de
sus dislocadas conjugaciones,
decía va por voy, ponga por pongo, se zumbaba
las preposiciones,
y pronunciaba foi, joives decía y la calle resbalaba,
suerte funesta déspota la burla se despilfarra por
las esquinas,
y era que el emigrante se enredaba con los verbos,
descargaba furibunda acumulación de escollos en
la penuria de los
trabalenguas,
hijos poetas producía arrinconado en los entrepaños
del número y desencanto
de las negociaciones,
y ahora sus hijos lo dejaban como un miércoles
muerto de ceniza,
sus hijos se marchaban hilvanando castellanos,
ligerísimo sus hijos redactando una sintaxis
purísima,
padres a hijos dilatando la suprema exaltación de
las palabras,
húmedo el emigrante se encogía entre los últimos
desperfectos de su
vocabulario rojo,
último padecía para siempre impedido entre las
las lágrimas del Niemen,
fin de Polonia.
Mi padre, que está vivo todavía
Mi padre, que está vivo todavía,
no lo veo, y sé que se ha achicado,
tiene una familia de hermanos calcinados
en Polonia,
nunca los vio, se enteró de la muerte de su
madre por telegrama,
no heredó de su padre ni siquiera un botón,
que sé yo si heredó su carácter.
Mi padre, que fue sastre y comunista,
mi padre que no hablaba y se sentó a la
terraza,
a no creer en Dios,
a no querer más nada con los hombres,
huraño contra Hitler, huraño contra Stalin,
mi padre que una vez al año empinaba una
copa de whisky,
mi padre sentado en el manzano de un
vecino comiéndole
las frutas,
el día que entraron los rojos a su pueblo,
y pusieron a mi abuelo a danzar como a un
oso el día sábado,
y mi padre se fue de la aldea para siempre,
se fue refunfuñando para siempre contra la
revolución de octubre,
recalcando para siempre que Trotsky era un
iluso y Beria un criminal,
abominando de los libros se sentó chiquitico
en la terraza,
y me decía que los sueños del hombre no son
más que una falsa
literatura,
que los libros de historia mienten porque el
papel lo aguanta todo.
Mi padre que era sastre y comunista.
Evocación de abuela en casa
Abuela, tu orina fermentada de yegua, los gajitos
de enebro para endulzar
las ascuas
en la cocina a carbón. Hueles
fuertemente a humaredas a berberechos a la
pescadilla blanca en
su fuente
y amasas
pastafloras, sales de olor tus jaquecas, tules de
novia en descomposición
cuando te apoyas a tu
sombra desordenada
contra un abedul
y amas el rodillo
el delantal a dos tonos con bolsillos profundos y
te sostiene un aroma a
azucena que destilas a
dos manos y recoges
como cesta de hojaldres
y pan ácimo
un domingo
de grandes cucharones y soperas: entró el céfiro
y se abre tu garganta a una
voz en los bodegones, eras
la nuez dichosa
que brotara como sucesión de David, nos regalaste
la insípida opereta de tus
muertos ¿recuerdas? la
pátina floreada de las
pañoletas con que
cubrías tu cabeza
rapada
y a hurtadillas
al atardecer la Pascua nos entregaste la forma del
arenque en sus cremas,
alburas de una sopa de
acelgas y tu hado
nos embriagó
con su olor a frambuesas y fue tu púlpito para nosotros
tu horno con su flan nuevo
que olió a glorietas y nos
agasajabas, vieja
figura de Israel en su cítara.
José Kozer
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