
LXXXVI
En la huerta que tenemos a los fondos del castillo, crece un árbol extraordinario y maravilloso, cuyo fruto es el conejo.
En la primavera se cubre de flores blancas y grandes. hacia el verano, el conejo está a punto de madurez. Solo tenemos que estirar la mano, arrancarlo y llevarlo directamente a la cacerola.
LXXXVII
Por intercambio de mutuas influencias, con el paso de los años, los guardabosques se fueron transformando en conejos, los conejos en comejenes, los comejenes en zanahorias, las zanahorias en cazadores, los cazadores en guardabosques. El equilibrio ecológico fue cuidadosamente respetado.
LXXXVIII
- Lo nuestro es imposible - me dijo Laura-. Soy dueña de un castillo, estoy rodeada de joyas y sirvientas, mis dominios se extienden hasta donde puede alcanzar la vista, y más aún. Tú, en cambio, no eras más que un sucio y pobre conejo de los bosques.
LXXXIX
El cazador, fiado de su superioridad genética, numérica y armamental, desprecia al conejo y su aparente falta de defensas. Sin embargo, los conejos cuentan con ese zumbido monótono, apenas creciente, que producen todos al mismo tiempo y sin interrupción; al cabo de unas horas, el cazador enloquece.
XV
La felicidad de los conejos terminó cuando la especie comenzó a degenerar, tal vez por la nefasta influencia del idiota. Se dedicaron a imitarlo en sus mastrubaciones y globitos de baba y a salpicar a todo el mundo. Al cabo de algunas generaciones adquirieron colmillos, y luego lanzaron un manifiesto de Fe Racionalista.
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