4/29/2016

Caza de conejos. Mario Levrero.







XXXVI

El idiota se agarró la cabeza, desesperado, porque ante sus órdenes precisas nos comportábamos como verdaderos energúmenos. Después de años de vivir encerrados en ese castillo obscuro, la libertad, la belleza, la salud que se respiran en el bosque nos impedían ceñirnos a la lógica inexorable de su plan. 




XXXVII

Para cazar conejos hay que sacar un permiso especial, que cuesta mucho dinero. En un pequeño mostrador con caja registradora que hay a la entrada del bosque, un conejo gordo, con lentes y aire de cansada resignación, nos va entregando uno a uno los permisos de caza, a cambio del dinero.
Pero también, y para defenderse de los cazadores, los conejos han creado un impresionante aparato burocrático. AL cazador que desea obtener el permiso (y sin permiso es imposible cazar conejos, porque se caen en manos de los guardabosques), le obligan a presentar multitud de papeles: cédula de identidad, certificado de buena conducta, vacuna antivariólica, carnet de salud, recibos de alquiler, agua y luz; certificado de residencia, certificado negativo de la dirección impositiva, carnet de pobre, libreta de enrolamiento, pasaporte, constancia de domicilio, certificado de nacimiento, constancia de bachillerato, autorización para el porte de armas, declaración de fe democrática, certificado de primera comunión, constancia de jura de la bandera, libreta de matrimonio, licencia para conducir, constancia de estar al día con el impuesto de Enseñanza Primaria, certificado de defunción, etcétera.



XXXVIII

La música favorita de los conejos es el Quinteto en la mayor, opus 114, La trucha, de Schubert. Como no saben leer, se identifican con los movimientos nerviosos y juguetones, con el dramático buen humor, con la vida fácil de la obra y entre ellos, en su lenguaje especial, la denominan con una palabra equivalente a "conejo".



XXXIX

Hay una trampa para cazar conejos que, si bien un poco compleja, resulta infalible. El cebo es, desde luego, una zanahoria. El alimento preferido por los conejos es el afrecho, pero la zanahoria tiene para ellos -homosexuales en potencia- el atractivo de un poderoso símbolo fálico. Se coloca entonces la zanahoria, en actitud procaz, en un lugar bien visible, de preferencia un claro del bosque. Debajo de la zanahoria se cava un profundo hoyo circular, de unos tres metros de diámetro, que se cubre con tablones resistentes disimulados mediante hojas y yuyos. Sobre estos tablones se disemina una cierta cantidad, no necesariamente muy grande, de comejenes (el comején es reconocido por su rápido trabajo destructivo en la madera). Cuando llega el conejo, atraído en primer término por el suave aroma, luego por la vista de la zanahoria de color esplendoroso, y después de largos rodeos, no solo porque el conejo sospecha la trampa, sino porque entran a jugar en él de inmediato los complejos mecanismos sexogastronómicos de atracción y repulsión, comienza a saltar sobre los tablones (porque la zanahoria ha sido colocada a una altura tal que el conejo crea poder alcanzarla saltando). Aquí se entabla una hermosa lucha entre el tiempo, el conejo y los comejenes. Los cazadores retienen el aliento e intercambian -mediante signos preestablecidos- silenciosas apuestas de dinero. 
Las variantes son múltiples. O bien los saltos del conejo terminan por romper los tablones deteriorados por los comejenes, y entonces caen al foso tanto los tablones como los comejenes como el conejo, o bien los comejenes, que prefieren a la madera la carne de conejo, aprovechan la etapa esa del salto en que las patitas tocan los talones para invadir su piel, y terminan por devorarlo, o bien el conejo, al sentir el mordiscón del primer comején, alcanza gracias al dolor un impulso tal en su salto que le permite llegar a la zanahoria (y entonces, el comején pasa rápidamente a la zanahoria, que es definitivamente su alimento favorito), o bien el conejo se cansa de saltar y se va, y entonces el peso del cazador que va a rescatar sus zanahorias vence, ahora sí, la resistencia de los tablones deteriorados por los comejenes y cae al foso, llevando o no consigo la zanahoria que ha tenido tiempo o no de desatar, o bien los comejenes, por anterior satisfacción o por desidia, resuelven no atacar la madera de los tablones y dispersarse por el bosque, lo cual dificulta enormemente la posibilidad de que el conejo logre su propósito de romper los tablones, o bien la zanahoria, cansada de esperar y agobiada por la tensión nerviosa, se desprende de sus ataduras y cae entre los dientes del conejo (y es a veces en este momento cuando los tablones ceden), o bien los cazadores, sobreexcitados por la emoción de la escena que están contemplando y por la enorme cantidad de dinero que hay en juego por las apuestas cruzadas, se increpan duramente los unos a los otros y se van a las manos y aun se matan entre ellos, o bien se lanzan enfebrecidos sobre el pobre conejo que salta, venciendo con el peso del conjunto la resistencia de los tablones deteriorados por los comejenes y cayendo todos al foso, desde el fondo del cual contemplan desesperadamente la zanahoria, o bien son los guardabosques quienes atraídos por la zanahoria o el conejo se ven precipitados al foso, donde son rápidamente devorados por los comejenes, o bien el conejo, aprovechando la memoria genética de la especie, ha construido previamente trampas similares en los sitios en que los cazadores suelen apostarse, y tarde o temprano los cazadores caen a sus fosos particulares o son devorados por los comejenes que se les trepan por las piernas, o ambas cosas a la vez, o bien la trampa contra los cazadores ha sido construida por los guardabosques, sus eternos enemigos, con idéntico resultado, o bien los comejenes devoran tan rápidamente los tablones que cuando llega el conejo ve la trampa y se va, o bien, aun viendo la trampa, es fuertemente tentado por la zanahoria y en lugar de los saltitos verticales elige el salto largo, de un borde al otro del foso, tratando de alcanzar la zanahoria cuando pasa a su lado, y en uno de esos saltos puede, por una falla de cálculo, caer en el foso, o bien es Laura, la hermanita gemela del idiota, quien es fuertemente tentada por la zanahoria, y entonces los cazadores se masturban contemplando los graciosos saltos de su cuerpo desnudo, o se arrojan todos sobre ella con intención de violarla, cosa que a menudo logran si los comejenes les dan tiempo, o bien no sucede ninguna de estas cosas y los cazadores se deprimen viendo cómo la hermosa zanahoria se va secando con el paso del tiempo, perdiendo su frescura y color, volviéndose fofa y resumida, quedando finalmente convertida en una especie de fideo seco y deslucido. 


XL

Cuando, al cabo de muchos años, Evaristo el plomero logró atrapar al fin un conejo, se llevó una profunda desilusión. Le había tocado un conejo vacío, sin mecanismos de relojería como los que soñaba y sin ninguna otra cosa en su interior.
Cuando, poco tiempo después de formalizado su noviazgo con Laura, la hermana gemela del idiota, Evaristo el plomero descubrió la compleja red de relaciones hetero y homosexuales entre Laura y el idiota y las dos primitas, recuperó su confianza en los conejos y siguió tratando de cazarlos.
Cuando, mucho tiempo después, Evaristo el plomero logró cazar un segundo conejo, y comprobó excitado que era mucho más pesado y sólido que el otro, y que por lo tanto algo debía de tener adentro, lo llevó a su pieza y se encerró con su instrumental para desarmarlo. Fue entonces cuando el conejo, una variante genética especial preparada por los terroristas, le explotó en la cara. 





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