4/29/2016

Caza de conejos. Mario Levrero.







XLI

Hay un refrán muy usual en boca de nosotros, cazadores de conejos: "Donde menos se piensa, salta la liebre". Interpretamos la palabra "liebre" como una forma velada y poética de referirse al conejo, y cuando alguien dice este refrán, y se dice a menudo, los demás nos miramos con gesto de complicidad y de astucia.


XLII

La fuerza de los conejos radica en que todo el mundo cree en su existencia.



XLIII

Para las civilizaciones acostumbradas desde largo tiempo a los números arábigos, los números romanos tienen un no sé qué de misteriosos y sólido, de dificultoso y terrorífico.



XLIV

Hay quienes se unen a nuesro equipo de caza no por interés en los conejos, sino en los pájaros. En efecto: quien ame el canto de los pájaros, encontrará en el bosque una tal variedad, y una tan especial calidad en los cantos, que qeudará maravillado. Son estas personas las que más sufren cuando se enteran, tarde o temprano, de que hay poquísimos pájaros en este bosque, y los que hay casi no cantan o cantan mal o sin ganas; un canto opaco, sin brillo ni energía. Quienes cantan son las arañas, esa clase de arañas enormes y peligrosas que hacen sus nidos en las copas de los árboles y se valen de su canto para atraer víctimas. El amante del canto de los pájaros, hombre de sangre dulce, es la víctima favorita de estas arañas.


XLV

El bosque acicateado, perseguido, profanado y devastado por generaciones y generaciones de guardabosques, se ha convertido hoy en una triste ciudad. Los conejos han pasado a residir en el inmundo sistema de alcantarillas, y el cazador se ha visto obligado a cambiar sus sistemas de caza, su indumentaria y su sentido del humor.




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