4/29/2016

Caza de conejos. Mario Levrero.





XVI

Algunos conejos se han hecho expertos en el arte de imitar con gran precisión el grito con el que los cazadores suelen llamarse entre ellos cuando se encuentran perdidos o en dificultades. "Ooooooh-eeeeeeh -se oye a la distancia, y luego la respuesta, desde otro extremo del bosque-: Ooooooh-eeeeeeeeh". Los gritos se repiten, cada vez más próximos. Después hay un silencio, después hay otro grito, distinto, después no se oye más nada


XVII

Al idiota le gusta el cementerio de elefantes, no por el valor de los colmillos, ni por el misterio del impulso que lleva al elefante herido a buscar el lugar milenario, ni por el brillo de la luna en el marfil, ni por el aspecto imponente de los esqueletos que semejan barcos antiguos semihundidos en un mar verde obscuro, ni por oír el curioso lamento de agonía de los elefantes que llegan y se tienden, ni por la aventura, sino por el olor a podrido de los elefantes muertos. 


XVIII

"Creo haber atrapado un conejo", dije, acariciando la suave vellosidad de Laura, que es tan joven. Ella ré con una carcajada fresca y huye; yo recomienzo pacientemente la búsqueda. 


XIX

Cuando estoy imposibilitado de moverme, por haber caído en la trampa de otro cazador o haber comido, por error, de las bayas silvestres venenosas de efecto paralizante, un río de conejos de ojillos vivaces salta interminablemente en blancas cascadas ante mis ojos, de día y de noche, y al día siguiente, y a la noche singuiente, y siempre.


XX

Hay quien caza conejos por amor; yo los cazo por odio. Cuando los tengo en mi poder los voy destrozando lentamente. Los mutilo, tratando de que no se mueran enseguida. Hay otros cazadores que odian a los conejos porque destruyeron su hogar o sus cosechas, porque robaron a sus hijos o mataron sus esperanzas; mi odio es injustificado y atroz. Creo que hay algo de amor en este odio; no dedicaría, de otro modo, tanto esfuerzo a combatirlos con mis armas más arteras.




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