4/29/2016

Caza de conejos. Mario Levrero.





XXI

El conejito recién nacido es tal vez el espectáculo más tierno del mundo. Tan blanco y tan indefenso, tan débil y tembloroso, las orejitas sedosas y blandas, la naricita inquieta y rosada, los dientecillos asomando apenas en su hociquito menudo que parece sonreír tímidamente.

XXII

Cuando en el club de caza se habla de caza, y siempre se habla de caza en este club, yo permanezco obligadamente en silencio. No hay heroísmo en la caza del conejo. Ellos narran aventuras espeluznantes, se exhiben piezas embalsamadas de animales terribles. No hay nada de esto en la caza del conejo, donde todo se realiza suavemente, amablemente. Intervienen la astucia y la paciencia, pero también la imaginación y la simpatía. No hay sordos gruñidos ni carreras dementes; no hay sangre ni estruendos de armas de fuego. Todo es apacible y casi cariñoso; y aunque el peligro es tan grande como el que corren los otros cazadores, de búfalos y tigres, es un peligro tan sutil y tierno que nadie que no cace conejos podría comprender que es realmente un peligro. Opto, entonces, por cerrar la boca y escuchar, y pasar por tímido o por tonto.


XXIII

Decimos que vamos a cazar conejos, pero en el bosque no hay conejos. Vamos a cazar muchachas salvajes, de vello sedoso y orejas blandas. 



XXIV

Es inverosímil la fertilidad de estos animalitos. Uno casi puede verlos reproducirse ante sus ojos, a una velocidad fantástica. Obsérvese este casal de conejos: en pocos minutos habrá cuatro, luego ocho, dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro, ciento veintiocho, doscientos cincuenta y seis, miles de conejos que saltan y te rodean y se amontonan y te tapan y te asfixian.



XXV

Es inverosímil la fertilidad de los conejos. Obsérvese este casal: en pocos minutos habrá cuatro arañas, ocho sapos, dieciséis cotorras, treinta y dos perros, sesenta y cuatro búfalos, ciento veintiocho elefantes.




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