4/27/2016

Caza de conejos. Mario Levrero.






XLVI



Tardamos infinidad de veranos en descubrir que los conejos, en verano emigran del bosque a la playa. Usan trajes de baño de vistosos colores, anteojos para el sol y sombrillas, y nos resulta prácticamente imposible distinguirlos de los otros turistas.Como, además, nosotros la gente del castillo, no somos afectos a la playa, hemos finalmente decidido suspender la caza de conejos en verano, y jugamos, en vez, a la lotería de cartones. 




XLVII

Esteban, el hijo menor de Laura, es el vivo retrato de su padre (el casi legendario conejo Archibaldo). Cuando viene de caza con nosotros, es prácticamente imposible distinguirlos de los otros conejos, y es así como ha recibido, varias veces, peligrosas heridas. Ahora optamos por colocarle un par de cartones redondos, uno en el pecho y otro en la espalda. Estos cartones tienen dibujados varios círculos concéntricos de distintos colores, como los cartones que suelen utilizarse para la práctica del tiro al blanco. De este modo confiamos en que la próxima vez no habremos de errar el tiro. 



XLVIII

Las fatigosas marchas dominicales, al rayo del sol y con la carga de nuestro absurdo ropaje y nuestras armas, nos decidieron por fin a trasladar el bosque al interior del castillo. Lo hicimos en una tarde, ocupando a estos efectos todas las macetas y tachos que poseíamos. 
En poco tiempo, el bosque se secó. Al principio quedamos disgustados y desconcertados, pero luego recuperamos nuestra alegría al descubrir que, en el el desierto que dejamos en lugar del bosque, los conejos eran mucho más visibles y es, por lo tanto, mucho más fácil cazarlos. 


XLIX

Si hay algo tal vez más apasionante que la caza de conejos, es la pesca. Aunque el ejercicio es menos violento, la espera no es  por ello menos tensa. Y no hay emoción comparable a la de ver moverse de pronto la pequeña boya de corcho pintado de rojo, y sentir en la línea los nerviosos tirones, y recoger el hilo de nailon con el reel, comprobando en el otro extremo la resistencia del conejo que, desde el fondo del río, hacemos finalmente emerger con el paladar atravesado por el enorme anzuelo, la zanahoria de cebo casi intacta.


L

La mayor dificultad que se presenta, aun para el cazador más avezado, es poder distinguir a primera vista la diferencia entre un conejo y una gallina. Como las gallinas abundan más que los conejos, y en una proporción realmente alarmante, con demasiada frecuencia terminamos comiendo los detestables caldos de gallina seguidos de gallina a la portuguesa y arroz con menudos de gallina, en lugar de los sabrosos conejos a las brasas que son nuestro deleite y nuestra razón de vivir. 





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