4/27/2016

Caza de conejos. Mario Levrero.






LVI

Evaristo el plomero creía cuando era joven, debido a nuestra pronunciación rioplatense de la zeta que íbamos a casar conejos, y en su primera cacería junto a nosotros fue con un sacerdote.
En adelante tomamos el cuidado de pronunciar la zeta al estilo castizo, lo cual favoreció en nosotros el desarrollo de una notable afición por las cosas españolas, y en especial la música. Es así que ahora, los domingos, en lugar de ir de caza nos quedamos en el castillo escuchado discos y hablando de toros. 

LVIII

No llevamos a nuestros niños a las cacerías para evitarles el bochornoso espectáculo de las conejas que se dedican a la prostitución.


LVIII

Era la primera y última vez que íbamos a cazar conejos. Nuestra filosofía, que nos mantiene unidos y coherentes, nos prohíbe repetir una experiencia determinada, cualquiera que ella sea. Este es el secreto de nuestra eterna juventud, de nuestra alegría constante y de esa llama de bondad suprema que siempre ilumina nuestros ojos. 


LIX

Hicimos un alto en la marcha; ese día estábamos agotados y no podíamos encontrar el bosque. Aproveché la pausa para sentarme sobre una piedra y desenvolver el paquete de papel de estraza que me había dado mi madre; pero en lugar de las habituales milanesas, encontré un par de viejas alpargatas. 



LX

Poniendo un conejo contra el oído, se oye el ruido del mar.





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