4/26/2016

Caza de conejos. Mario Levrero.






Michigan, 1975. By Elliott Erwitt:



LXVI

Huberto el sociólogo trabajó varios años en el estudio de la organización socioeconómica de los conejos. Sintetizó su investigación en una sola frase: "Dignidad arriba y regocijo abajo".
Curiosamente, trabajando en forma separada, paralela a la de Huberto, llegó a la misma síntesis, expresada en la misma frase, Federico el sexólogo.

LXVII

Se dice, de los textos aquí presentados bajo el título de Caza de conejos, que se trata en realidad de una fina alegoría que describe paso a paso el penoso procedimiento para la obtención de la piedra filosofal; que, ordenados de una manera diferente a la que aquí se expone, resultan una novela romántica, de argumento lineal y contenido intrascendente; que es un texto didáctico, sin otra finalidad que la de inculcar a los niños en forma subliminal el interés por los números romanos; que no es otra cosa que la recopilación desordenada de textos de diversos autores de todos los tiempos, acerca de los conejos; que es un trabajo político, de carácter subversivo, donde las instrucciones para los conspiradores son dadas veladamente, mediante una clave preestablecida; que el autor solo busca autobiografiarse a través de símbolos; que los nombres de los personajes son anagramas de los integrantes de una secta misteriosa; que ordenando convenientemente los fragmentos, con la primera sílaba de cada párrafo se forma una frase de dudoso gusto, dirigida contra el clero; que leído en voz alta y grabado en una cinta magnetofónica, al pasar esta cinta al revés se obtiene la versión original de la Biblia; que traducida al sánscrito, el sonido de esta obra coincide notablemente con un cuarteto de Vivaldi; que pasando sus hojas por una máquina de picar carne se obtiene un fino polvillo, como el de las alas de las mariposas; que son instrucciones secretas para hacer pajaritas de papel con forma de conejo; que toda la obra no es más que una gran trampa verbal para atrapar conejos; que toda la obra no es más que una gran trampa verbal de los conejos, para atrapar definitivamente a los hombres. Etcétera.



LXVIII

Nunca como aquel domingo habíamos visto que la cosquilla de los yuyos provocara en Laura tal alocada excitación. Dejó de gatear y se irguió de un brinco, slataba y giraba sobre sí misma, se frotaba los pechos y el vientre, se abrazaba a los árboles, gritaba y daba inusitadas cabriolas. Todos nos quedamos perplejos, pero el idiota nos explicó, en dos palabras, mientras se acariciaba el bigote, la mirada ausente: "Bichos colorados", dijo.


LXIX

- Capitán - le dije al idiota-. Los hombres están agotados. El idiota se secó el sudor de la frente y me miró con cansancio, esbozando una sonrisa triste.
- Lo sé - respondió.
Me mandó dar la orden de descanso. Los hombres se dispersaron, se sentaron en troncos o en el suelo, se quitaron las botas, se frotaban y acariciaban los pies llagados y cuarteados.
- Capitán - le dije, en nuevo aparte-. ¿No sería mejor abandonar la lucha? ¿Volver al castillo? ¡Cuánto tiempo hace que estamos aquí, dando vueltas sin sentido?
- Hace tiempo -respondió-, hace mucho tiempo que he abandonado la lucha. Hace mucho tiempo que lo único que busco es la forma de salir.
- ¿La brújula?
- Enloquecida. Señala cualquier dirección. Todas las direcciones.
- ¿Las estrellas?
- ¿Quién ha visto una puta estrella desde este puto bosque?
El capitán se quitó la gorra ajada y sucia y la arrojó al suelo con furia. Quedé en silencio unos instantes.
- ¿Por qué razón era que habíamos venido? -pregunté al fin.
- Nadie lo recuerda exactamente. Había un enemigo contra quien luchar, pero ni siquiera sé, ahora, si alguna vez supimos de quién se trataba.
- Teníamos consignas.
- Teníamos fe en el triunfo.
- Sabíamos lo que queríamos.
- Nuestra causa era justa.
- ¿Y ahora?
- Ahora hay que seguir luchando. Luchando contra el bosque. El enemigo verdadero es el bosque. El otro, la razón de que estemos aquí, ha desaparecido tal vez hace mucho. ¿Y cómo lo reconoceríamos?
- Hemos perdido muchos hombres.
- Hemos de perder muchos más todavía.
- ¿Y qué será de nuestras mujeres, de nuestros hijos en el castillo?
- Tal vez nos hayan olvidado. Tal vez nos den por muertos. Tal vez ellas se hayan casado nuevamente. ¿Evaristo?
- Muerto. Hace dos meses.
- ¿Huberto?
- Muerto, también, hace años, creo.
- ¿Esteban? 
- Muerto o desaparecido.
- ¿Federico?
- Muerto por las fieras.
- Este bosque parece infinito.
- Tal vez lo sea.
- ¿Y el castillo?
- ¿Existió alguna vez el castillo?
El Capitán dio la orden de formar filas y seguir adelante, abriéndose paso a machete. Algunos no pudieron obedecer. La fatiga, la fiebre.
- ¿Qué hacemos? -pregunté.
- Adelante -respondió el Capitán, y dando el ejemplo sacó el machete y comenzó a abrirse camino por centésima, por milésima vez en el bosque. Los hombres se tambaleaban o se arrastraban detrás de nosotros. Un ejército de desechos humanos. 
Y el otro enemigo era el silencio.


LXX

Nunca pudimos salir del castillo. Por temor, por desidia, por comodidad, por falta de voluntad. Y a pesar de todo, nuestra única ambición era ir al bosque a cazar conejos. Planificábamos expediciones perfectas que jamás se llevaron a cabo. Estudiábamos los manuales más completos sobre la caza del conejo. Pero nunca nos atrevimos a salir del castillo.




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