4/26/2016

Caza de conejos. Mario Levrero.










XCVI



"En una época -me decía un viejo conejo- este bosque estaba repleto de guardabosques. Daba gusto verlos retozar en el pasto, vestidos con sus brillantes uniformes. Ahora los tiempos han cambiado. Esté seguro de que no hallará un solo guardabosques, así se pase la vida buscándolo. " El disfraz de conejo era perfecto, pero de todos modos no logró engañarme. "Vamos, guardabosques - le dije, con aire de superioridad protectora-. Te invito a tomar unas cañas en el boliche".




XCVII



Como ejemplo aleccionante para los cuervos y las hienas del bosque, colgamos a veces los esqueletos de nuestros niños en unas horcas siniestras.




XCVIII



Laura prefiere los hombres a los conejos. Cuando vamos al bosque, de caza, ella se tiende en el pasto y espera que vengan hombres a poseerla. Los hombres salvajes que habitan el bosque son de inusual virilidad y muy hábiles para el abrazo, muy al contrario de los cazadores de conejos, a quienes la vida sedentaria en el castillo nos ha vuelto pálidos, débiles, gordos, torpes y más bien afeminados. 





XCIX



Amaestramos a un conejo y lo disfrazamos de oso bailarín. Se lo vendimos a un circo. Nos dieron mucho dinero, pases gratuitos para todas las funciones y una mujer gorda y barbuda que tenían repetida.



C



Yo sentía pinchazos en las piernas. Al principio no les daba importancia, pensando en los darditos inofensivos de las arañas con ropas de cazador y sombrero rojo. Pero cuando el dolor y el mareo me hicieron vacilar y caer, y antes de que la vista se me nublara definitivamente, vi a las pequeñas enfermeras, de túnica blanca, con sonrisas diabólicas llenas de colmillos, acribillándome con esas agujas hipodérmicas llenas de un veneno amarillento, dolorosísimo y fatal.





Epílogo

En total éramos muchos, y nadie pensaba cumplir las órdenes. Había cazadores solitarios, y había grupos de dos, de tres o de quince. Todos los detalles habían sido previstos. Teníamos un plan completo. Llegados al bosque inmenso, el idiota levantó una mano y dio la orden de dispersarnos. Laura iba desnuda.  Otros llevaban las manos vacías. Y escopetas, puñales, ametralladoras, cañones y tanques. Teníamos sombreros rojos. Era una expedición bien organizada que capitaneaba el idiota. Fuimos a cazar conejos. 

Marzo, 1973.







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