2/25/2016

Un genial caballo de carreras convence a Ulrich de ser un hombre sin atributos (Fragmento).











No es casual el hecho de que Ulrich pudiera atribuirse no pocos méritos en el campo de la ciencia. Sus mismos trabajos le habían procurado elogios y popularidad, sin llegar a la admiración; en el reino de la verdad sólo se rinde culto a los científicos más viejos, de los que depende la obtención de una cátedra o profesorado. más exacto: Ulrich había llegado a ser una esperanza, y esperanza son, en la república de las ideas, los republicanos, o sea, esos hombres que se imaginan les es lícito consagrar todas sus fuerzas a la causa propia, en vez de dedicar una gran parte de ellas al progreso de la comunidad; olvidan que el rendimiento de la persona privada es pequeño, que, en cambio, el deseo de todos es progresar, y descuidan el deber social de hacer carrera, la cual se comienza a título de batidor de marcas, a fin de poder servir de guía de nuevos escaladores una vez lograda la cumbre.

Un día Ulrich se cansó de ser una esperanza. Por aquel entonces, comenzaba a hablarse de genios del fútbol y del boxeo, pero en las crónicas de los periódicos sólo encontraba cabida un genial mediocentro o un gran tenista entre diez geniales inventores, tenores o escritores. El nuevo espíritu no había adquirido solidez. Entonces precisamente leyó Ulrich en alguna parte algo así como el pronóstico de buen tiempo para el verano, formulado en la expresión: "un genial caballo de carreras". Era el informe de un sensacional concurso de equitación, y quizá ni el mismo escritor fue consciente de la extraordinaria invención que el espíritu colectivo le había sugerido. Pero Ulrich comprendió en seguida la ineludible concatenación que unía su carrera entera  con aquel caballo genial. El caballo ha sido siempre el animal sagrado de la caballería, y Ulrich, en su juventud transcurrida en el cuartel, apenas había oído hablar de otra cosa que de caballos y mujeres; se había incorporado a aquel ambiente para hacerse un hombre importante; así es que al llegar el momento, después de repetidas tentativas, de sentirse cerca de la meta de sus esfuerzos, le saludó desde allí el caballo genial que se le había adelantado. 





Robert Musil
El hombre sin atributos.




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