4. Pavarotti en Aulide
- Zepita y Luna: Villa 21 -
No se ve ninguna iglesia. No se escuchan bocinas. No hay jugadores de tenis, ni señores con traje y pelo cortito. No hay cortejos fúnebres, ni un bed & breakfast, ni liquidaciones de invierto. Nadie dice la tristeza es una disidencia, ni detesto a Pavarotti, ni he visto barcos de fuego en Alpha Centauri. Nadie come masitas. No hay puestos de souvenirs ni de flores, ni vendedores de garrapiñada o manzanita-higo. No hay reparticiones públicas ni organizaciones no gubernalmentales. No hay alpinistas ni colombófilos ni estrellas de televisión. No existe una calle Atlas, ni un bar que se llame Au bout du monde. Pero hay sol. Hay nubes, ruiditos, una pintada en un muro. Har vértigo de vacío, una nostalgia impalpable por algo que no fue. Son 60 hectáreas cubiertas por 29 manzanas donde viven 30.000 personas. Una nena con trenzas y gorrito camina con su mamá sin tocar el suelo. Inercia de un sueño eterno o ejercicio del más simple derecho a existir. La bandera argentina, ondeando orgullosa sobre la villa.
5. Las aventuras de Tom Sawyer
- Dársena F -
Es mejor ser un niño sucio, pensó Tom. Un niño hambriento, abandonado y libre. Ah si pudiera morirme por unos días, pensó. Irme lejos, a buscar tesoros al pie de un viejo árbol, una espada, un tambor, una corbata colorada. Entonces el silencio vendría del río. Ávido él también de mundos fantásticos donde las leyes son otras, las cavernas palacios de Aladino, las estalactitas piedras de diamantes, las tormentas laberintos de ensueño y agua. Por un día, un año, una vida, el silencio vendría, escondido en el sótano del esqueleto de un barco llamado Démeter, o tal vez simplemente, Río Turbio o Triunfo o Doña Chela. Muchos nombres para muchos barcos, pensó Tom, o tal vez muchos barcos para muchos silencios. Esa noche, pensó, mismamente donde la sombra de una rama cae a medianoche, él y su amigo Huck, juzgarían a un gato acusado de asesinar a un pájaro. El silencio del río, pensó, o el río del silencio lo llevaría lejos. Marcha al Oeste, muchacho, le diría. A la fiebre del oro y a los pieles rojas. Al Far West y a las minas de Nevada. Y enseguida a St. Louis. Y luego a Cincinatti, a Hawaii, a Egipto, a Palestina, a Londres y después, a la fama fugaz y a la pobreza invencible del origen a la que siempre nos devuelve el círculo. Marcha al Oeste, muchacho, pensó Tom que le diría el silencio. Conquista y merece las ciudades fantasmas, los cielos que no existen, la infancia del arte, las almas que llegan, al fin, al deseo de ser deseadas. Me llamaré Clemens Samuel Langhorne, pensó Tom, pero el mundo me conocerá por mi nombre de aventuras, por mi nombre inventado que alude torpemente al silencio que soy, y también al que aún no he sido y el que no llegaré a ser.
6. Prohibido fijar carteles
- Maza y Chiclana -
¿Y si el tiempo fuera un espacio que se mueve? ¿Y nosotros figuras que llegamos tarde a eso que somos? ¿O tal vez no fuimos sino una insólita explosión, un estallido de luz en algún sueño remoto y aparecemos aquí como un resabio de algo muerto? Es difícil saber. En esta esquina todo es nada. Las personas, los objetos, las sombras se mueven lentamente en dirección a nunca. Nadie abriga sino deseos. No hay quien busque, como en los films de Buñuel, algo más sofisticado que el erotismo.
Lewis Carrol dibujó un cuadrado para fijar las coordenadas donde transcurre La Caza de Snark. En seguida lo tituló Mapa del Océano y lo dejó en blanco. También aquí el vacío ha dibujado un mapa, exacto y concentrado. A lo mejor la solución es no moverse, abandonarlo todo (familia, amigos, propiedades), traer un banquito y sentarse a observar: el camión de soda Ivess, el Depósito de Mercaderías en Tránsito, la chica y su filito en la pizzería Magistral. Son, tal vez, las dos de la tarde. Hace un frío de infancia. El aire se llena de promesas, es decir de formas sutiles del malentendido. Con un poco de esfuerzo, la esquina comenzará a girar y aparecerá una torre donde Melisenda peina sus cabellos o bien, abre su tul de insólitas palomas para que la blancura, por un solo instante inconcebible, sea perdonada.
7. Mis ladrillos y Paul Celan
- Alvarado y Agustín Magaldi. Villa 2-
Una niño juega en silencio con Mis ladrillos. Pero en el cuatro en el que está se ha desatado un huracán. Una tormenta invisible que tergiversa sus movimientos, lo empuja de un otoño desconocido a otro otoño desconocido, a recuerdos frágiles como tacitas de té. Por el piso, esparcidos, los ladrillos de goma y ese olor que se parece a la siesta, a los pensamientos prohibidos y, tal vez, a la poesía involuntaria.
O bien: nada de esto es cierto. En esta esquina hay un galpón siniestro donde un ex comisario remató la Ferrari de un presidente y el Mercedes Benz verde-nilo de una actriz de cuarta. Hay chorros y una fábrica de maniquíes y un bar terrible llamado La Ponderosa. La escena estaría en silencio si no hubiera un perro que ladra, una mujer que tira un balde de agua sucia a la vereda y unos cuantos jóvenes sin dientes que discuten, con igual vehemencia, los sucesivos plantes de arraigo y erradicación de sus propias villas.
Ah Erasmo, ¿e qué punto coinciden la definición de deseo y el deseo? ¿En qué momento el niño regresa al juego y su cuarto es el mundo donde se desmoronan la iniquidad, la desgracia, ese eterno viaje que somos, entre el ser verdadero y el falso, en el vacío inconcluso? El niño pone un ladrillo sobre toro, pero en la ciudad que construye, como un arquitecto inspirado, se multiplican los miedos, las casas precarias, los autos abandonados, los muertos abandonados, los sueños abandonados. ¿Cuál es la Ciudad? ¿Cuál es su Sombra? Nadie puede ser arquitecto -señaló John Ruskin- sin ser también metafísico. Tal vez por eso el niño, que nunca vajó a París ni entrará jamás en la sala de manuscritos de la British Library, a veces mira el cielo y le gusta. Alabado seas, Nadie.
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