8/29/2014

Buenos Aires tour










20. Distance is the Soul of Beauty
- Luppi y Centenera -

Hay que apoyarse en el pie izquierdo y empezar a girar. Primero muy lento, como si en cada inhalación entrara el mundo, en cada exhalación saliera ese teatro, ese manojo de emociones turbias que llamamos el yo. Hay que dejar que todo llegue, incluso un vértigo plano (aquí empieza la pampa, escribió Borges) y también la UB  Felipe Vallese, la feria de ornitorrincos, el colegio donde estudió Homero Manzi, la gente de mal vivir, la que vino de Polonia, la mercería La Palestina, la Meteoro Bailable y el eterno combate entre Martín Karadajian y el Soldado Apátrida; en una palabra, el alma del suburbio. Hay que gritar. Hay que ir cada vez más rápido, sin distraerse, como un derviche de Konya, con los brazos extendidos y la mirada abierta para que la muerte haga su juego, y despliegue su enorme tablero de nacimiento, decrepitud y vacío, hasta que las cosas, las calles, los seres, pierdan su consistencia, como si se hubieran separado de su nombre, y no quede sino una luz como una flecha de agua, suspendida para siempre, en la sabiduría de lo efímero.



21. Cuéntame tu vida
- Sarmiento y Callao -

La pista de hielo es blanca, la noche blanca, el parque blanco, los edificios blancos, la música blanca (como en EL viaje de invierno de Schubert). En el centro del ring, una nena de tutú blanco y piernitas chuecas tiene los brazos en alto, como si el gesto le alcanzara para alejar un poco a la sombra de la muerte. En la Ciudad Extranjera, todo es posible: las pasiones se rigen por las imágenes, hay desamparos felices, los patinadores son bailarines que van de un sueño a otro sin acordarse de nada, que es la manera más sabia de ser. Y así, cada cual cumple su círculo,  traza, entre la imaginación y las luces, ese collar de frío donde el invierno deletrea su sueño de espía, como si fuera Ninotchka. Sólo la nena del tutú blanco permanece quieta. ¿Qué quiere decir un error? se pregunta. Después recita un monólogo, un atropellado recuento de cosas como si quisiera sitiar un mundo, poseer una absurda colección de datos que le explicarían, tal vez el porqué de algo: Esquilo, la Torre de Londres, los medos y los persas, el barroco, las dicotiledóneas, la quimera monstruosa, Goliat, los lapones, Beniamino Gigli y la expansión del Japón. Cómo sabe, dice un viejito que la escucha, merece una bandera. Lo sacó del Lo sé todo, denuncia otro. ¡Qué bajón! dice un tercero, no sabe patinar.



22. La lentitud o Cómo leer poemas
- Autopista Arturo Illia -

Después de todo, en la Posada del Oso, los niños seguirían jugando, se convertirían en un interior, como esos sabios que alguna vez habitaron una choza en una montaña tan alta como la sed o la ignorancia, y allí repitieron su nombre como un mantra y encontraron la felicidad sin causa, es decir su muerte iluminada o noche natural. Después de todo, los niños llegarían, tarde o temprano, a una casita en el bosque con un jardín encantado, como esas que existen en los Alpes suizos o en la bella hoja ilustrada de un libro infantil, y allí verían el secreto de las cosas simples: una piedra, un mosquito, un hombre, un gorrión, un gusano, una flor, un arbusto, un caracol, una nube, o tan sólo un pequeño trozo de papel donde no hubiera nada escrito y sin embargo, pudieran leerse todos los poemas por venir (porque los nuevos poemas no son sino los viejos, por un momento olvidados). Después de todo, cada niño encontraría, a su debido tiempo, su propia fecha imantada: la flecha circular del sufrimiento, la flecha suspendida del exilio, la absorta del amor, la que va de la infancia a la muerte y nos precede y nos sigue como un destino, es decir, la flecha que somos, sin arco y, acaso también, sin arquero. Todo lo demás es una pérdida de tiempo, pensó el poema, y debe pagar peaje, como los pensamientos y otros visitantes molestos que no hacen más que cruzar el campo infatigable del corazón.



23. Tell us in not more than 250 words why your girl is the sweetest girl in town

Las hay amarillitas, rayadas y cuadradas. O bien rectangulares de losa gris oscuro. O bien caladas, tipo baldosa. O bien rotas o sueltas (habría que poner un cartel ¡Peliegro, no avanzar!  sobre todo para las viejitas que no ven y se pueden caer). Las hay con un perro apoyando una pata. Y también con una capa de escarcha encima, cuando hace frío y los chicos están por entrar al Campagnat. Y hasta pintadas con aerosol, con alguna leyenda pública o privada, por ejemplo Luche y Vuelve (en los años 70) o Fabi, te re quiero(en el 2000). Las hay que tienen sombra porque hay un árbol cerca, y otras que se iluminan de noche, cuando el peatón roza la puerta de un edificio miedoso y se enciende la luz. Las hay imperceptibles para la depresión, salvo que llueva y te salpiquen y te manchen las medias. Están las cubiertas de hollín, las que sumadas cinco veces dan un metro, las que no hay que pisar porque traen mala suerte, las que la nieve nunca cubrirá, las que no existían cuando gritaba Pampero en las rendijas y metía el frío del desierto en el interior de las chozas, las que ya no existirán cuando usted lea esto, más que en el Museo de la Ciudad. Ninguna de las variedad expuestas ut supra responde al significante trottoirs, hélas...





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