9/14/2012

las puertas del paraíso (3)












he visto en mi sueño un desierto inanimado y calcinado por el sol, mira -oí que decía alguien a mi lado-: he aquí la Jerusalén de los sedientos y hambrientos, aquí se yerguen sus santos muros y sus torres, aquí ves las puertas del paraíso, porque las puertas del paraíso existen en verdad solo en el desierto inanimado, calcinado por el sol, mientes, dije, el desierto es solo desierto, el desierto es el sepulcro de los sedientos y hambrientos, respondió la misma voz, en el desierto se yerguen los santos muros y las torres de Jerusalén, y en él, inanimado y calcinado por el sol, se abren ante los sedientos y hambrientos las inmensas puertas del paraíso, recuérdalo, quise decir aún: mientes, el desierto es solo desierto, cuando comprendí que aquella voz invisible ya no estaba a mi lado, percibí a los dos jóvenes que avanzaban solos a través del desierto, dios, pensé, de entre tantos miles solo ellos han sobrevivido, dios, haz que esto no ocurra, y mientras yo lo pensaba, el mayor de los dos, que conducía al otro de la mano, vaciló y cayó, sigue, dijo levantando la cabeza con el último aliento, descansaré un momento, dentro de poco amanecerá, he visto sus manos profundamente hundidas en la seca arena y he visto su cabeza oscura que luchaba desesperadamente contra aquella última fatiga mortal, sigue, dijo una vez más, todavía es de noche, pero dentro de poco despuntará el alba, verás Jerusalén, entonces el más pequeño, menudo y rubio, preguntó: ¿no irás conmigo?, sigue, dijo el otro, y yo veía que su cabeza caía sin fuerza, tocaba la arena con los labios, sigue adelante, siempre adelante, adelante, comienza a amanecer, dentro de poco verás los muros y las puertas de Jerusalén, sigue, descansaré un momento y pronto te alcanzaré, entonces el otro empezó a avanzar obedientemente y por sus movimientos reconocí en seguida que era ciego, dios, pensé, arráncame de este sueño, aún no podía ver el rostro del muchacho ciego, caminaba solo a través del desierto inanimado y calcinado por el sol, agitando sus manos torpes, a tientas, en el vacío, como si buscase un apoyo para ellas, y el otro, tocando ya con los labios moribundos la arena del desierto, aún logró decir: ya amanece, vero las puertas de Jerusalén y los inmensos muros dorados por una luz que no sé de dónde proviene, si de los mismos muros, de las puertas y torres o del halo dorado que sobre la ciudad abarca el aire y el cielo, dios, no permitas que jamás llegue a realizarse este sueño cruel, estaba aún sumergido en el sueño, pero ya por despertarme, cuando aquel ciego, menudo y rubio, continuó su camino, palpando con las manos el aire vacío como si tocase los verdaderos muros, volvió hacia mí su rostro





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