7/16/2012

Islas: Sus ojos tenían un destello rojizo, parecido al de la gente que mira al flash en las malas fotos en color.















1.


Por fin, mis padres me dieron permiso para bañarme y crucé a trompicones la desagradable gravilla para meterme en las aguas poco profundas. Vi palpitantes medusas flotar a la deriva. Las piedras del fondo estaba cubiertas de liquen viscoso. No muy convencido, me tiré de cabeza y la impresión de frío hizo que me sintiera dentro de mi propio cuerpo: me di cuenta de que mi piel era la frontera entre el mundo y yo. Luego hice pie, con el trémulo lago llegándome al pecho, saludé a mis padres con la mano y ellos gritaron:
- ¡Cinco minutos más!

2.

Había un hombre con un pastor alemán cogido de la correa, cuya mayor parte tenía enrollada en la muñeca. El perro trataba de lanzarse sobre una mangosta acorralada contra un muro bajo de piedras desmoronadas. Cuando la mandíbula del perro se cerraba a un milímetro del morro de la mangosta, el hombre tiraba del perro hacia atrás. La mangosta tenía el pelo erizado, mostraba los dientes con una mueca y parecía peligrosa, pero yo sabía que solo estaba muerta de miedo. Sus ojos tenían un destello rojizo, parecido al de la gente que mira al flash en las malas fotos en color. El perro gruñía y ladraba y se le veían las encías rosadas y marrones y la baba ansiosa de sangre que le corría por las fauces. El hombre soltó un poco al perro y hubo -solo por un instante- jadeos, gruñidos y alaridos. El hombre tiró del perro y entonces la mangosta yacía de espaldas, enseñando los dientes en un gesto inútil, las patas extendidas, como indicando que ahora era inofensiva, y los ojos muy abiertos, estupefactos, con el iris estirado hasta el borde de las pupilas. Tenía un agujero en el pecho -parecía que el perro le había arrancado un trozo de un mordisco- y le vi el corazón, igual que un tomate pequeño, palpitando como si tuviera hipo, cada vez más despacio, a intervalos un poco más largos a cada latido, hasta pararse del todo.

3.

- Estos lagos -informó el tío Julius- servían de refugio a los piratas en el siglo dieciséis. Aquí escondían el botín y traían rehenes y los mataban y torturaba, en este mismo edificio, si no conseguían el rescate. Dicen que por estos parajes siguen rondando los fantasmas de tres niños que ahorcaron en ganchos de colgar carne porque sus padres no pagaron el rescate. Entonces esto era un convento, y algunos incluso creían que las monjas no eran monjas sino brujas. Luego fue una cárcel alemana. Ahora es un hotel, nada menos, aunque casi nunca hay turistas.





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