7/16/2012

Islas: La gente moría de eso continuamente. Se moría cagando.

















1.


- Nosotros trajimos la apicultura a Bosnia -decía el tío Julius-. Antes de que vinieran los ucranianos, la gente del país tenía las abejas en colmenas de barro y paja, y a la hora de sacar la miel lo que hacían eran matarlas a todas con azufre. Mi abuelo tenía cincuenta colmenas a los tres años de venir a Bosnia. Antes de morir, estuvo mucho tiempo enfermo. El día que murió pidió que lo llevaran donde las abejas. Así lo hicieron, y se quedó horas y horas delante de las colmenas, llorando sin parar, y después de derramar un torrente de lágrimas lo llevaron otra vez a su cama y se murió una hora después.
- ¿De qué murió? - preguntó la tía Lyudmila.
- De disentería. La gente moría de eso continuamente. Se moría cagando.

2.


El tío Julius nos contó que, cuando estuvo en el campo de Arkhangelsk, Stalin y su parlamento idearon una ley según la cual si uno llegaba tarde repetidamente al colegio o si faltaba varios días sin justificación, podían caerle de seis meses a tres años en un campo de concentración. Y así, de pronto, en 1943 el campo estaba lleno de niños solo un poco mayores que yo, de entre doce y quince años. No sabían qué hacer con ellos en el campo, de modo que los delincuentes se llevaron a los más guapos a sus dependencias, les dieron de comer y, ya sabéis (no, yo no lo sabía), abusaron de ellos. Así que allí estaban. Morían como moscas, porque hacía frío, habían perdido la ropa de abrigo, no sabían conservar ni defender la escasa ración de comida y agua que les era asignada. Solo los que tenían protectores estaban en condiciones de sobrevivir. Y había un chico llamado Vanyka: demacrado, unos doce años, rubio, ojos azules. Sobrevivió a base de birlar comida a los más débiles, entregarse a diferentes protectores y sobornar a los guardias. Una vez -creo que había bebido vodka con los delincuentes- se puso a gritar: "¡Gracias, Vozhd, por mi feliz infancia!" A pleno pulmón: "¡Gracias, Stalin, por mi feliz infancia!" Y le golpearon con la culata de los fusiles y se lo llevaron.


3.


Luego mandaron al tío Julius a otro campo, y después a otro, y sin saber cuánto tiempo ni por cuántos campos pasó, se encontró en Siberia. Una primavera, su trabajo consistió en cavar amplias fosas en la tierra que empezaba a deshelarse, llevar a los muertos en una carreta grande y meterlos en la foasa. Cincuenta por fosa era la cantidad prescrita. A veces tenía que apisonar la parte alta de la tumba para hacer más sitio y llegar al número previsto. Tenía unas botas grandes, muy grandes. Un día le dijeron que había un muerto en la celda de castigo, así que llevó el carro hasta allí y cuando estaba tirando del cadáver para cargarlo, oyó un lamento: "¡Dejadme morir! ¡Dejadme morir!" Casi me morí del susto, me caí de culo y él siguió quejándose: "¡Dejádme morir! ¡No quiero vivir!" Así que llevé el carro detrás del barrancón y me incliné sobre él. Estaba demacrado y no tenía dientes y le faltaba una oreja, pero tenía unos ojos muy azules. ¡Era Vanyka! ¡Cómo había envejecido, por Dios! Así que le di un trozo de pan que tenía guardado y le dije que me acordaba de él y esto es lo que me contó.


4.


Se lo llevaron y le vapulearon durante días y le hicieron toda clase de cosas. Luego lo trasladaron a otro campo, donde tenía problemas continuamente porque, incluso sabiendo que no le convenía, otra vez se puso a decir en voz alta lo que pensaba. Sabía cómo robar a los más débiles y seguía gustando a algunos hombres. Fue muy elogiado cuando mató a uno a quien se la tenía jurada, un judío, después de perder una partida de cartas. Mató a más gente. Hizo cosas muy malas y aprendió a sobrevivir, pero no podía tener el pico cerrado. Así que lo mandaron a la isla, donde llevaban a lo peor de lo peor. El guardia más cercano estaba en la costa, a cincuenta kilómetros de distancia. Dejaban que los reclusos se robaran y mataran mutuamente como perros rabiosos. Los guardias se presentaban una vez al mes, dejaban la comida y contaban los cadáveres y las tumbas y se volvían a sus barracones frente al mar. Así que un día Vanyka y otros dos mataron a unos reclusos, cogieron su comida y su ropa y se dirigieron a pie hacia la costa. Era un invierno muy pero que muy frío -los pinos crujían continuamente-, y pensaron que si lograban eludir a los guardias podrían cruzar a pie el estrecho helado. Pero se perdieron y se les acabó la comida y Vanynka y el otro intercambiaron miradas para matar al tercero. Y lo hicieron y se alimentaron con su carne, y caminaron y caminaron y caminaron. Luego Vanyka mató al otro y se lo comió. Pero los guardias siguieron su rastro con perros y lo cogieron y acabó en una celda de castigo y perdió la cuenta del tiempo que había pasado solo allí. Lo único que quería era morir, y se machacó la cabeza contra las paredes y trató de asfixiarse con su propia lengua. Rechazaba la comida, pero le obligaban a comer, solo para que viviese más tiempo y sufriese más. "¡Dejadme morir!", gritaba y gritaba.


5.


El tío Julius se puso taciturno y nadie se atrevía a decir nada. Pero yo le pregunté:
- ¿Y qué le pasó?
- Lo mataron -contestó él, haciendo un gesto con la mano, como apartándome a un lado, fuera de su vista.









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