¿José Trigo?
Era.
Era un hombre.
Ea un hombre de cabello encarrujado y entrecano. Tenía cuántos años. Treinta y cinco, cincuenta. Cincuenta y cuatro trenes salen todos los días de la vieja estación de Buenavista y yo los cuento como cuento sus años.
Cuento los años y las cosas como muelle, como patio de carga, garrotero, báscula de piso. Como torres de vigilancia, como ménsulas de señales: todo aquello que vio José Trigo llegar en un tren de carga a estos llanos olvidados que son los de Nonoalco-Tlatelolco, en la Ciudad de México, que un día de mayo de hace muchos años lo vio caminar por los campamentos con una caja blanca al hombro, que una tarde de difuntos lo vio correr bajo el Puente y perder un zapato, que una noche de un mes de diciembre de un año bisiesto lo vio de rodillas en Santiago Tlatelolco. Lo vio una vieja gorda y bruja. Lo vieron Todos los Santos. Lo vieron tres guardacruceros de las calles de Fresno, Naranjo y Ciprés. Lo vio un carpintero de la calle del Pino. Lo vio una mujer que viajó en una grúa. Lo vio un hombre que acicalaba un puñal. Lo vio un albino de piel de muévedo. Lo vio un ferrocarrilero de uniforme azul y anteojos ahumados. Lo vio la Virgen de Guadalupe. Y lo vi yo.
[Inicio de José Trigo de Fernando del Paso. FCE]
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