2/07/2018
José Kozer. Gloria.
Realmente
una pena: me refiero al fallecimiento de mi primera mujer. Quizás
la palabra
fallecimiento resulte inoperante, una manera demasiado formal para decir estas cosas. y sin embargo,
es preferible: también
constituye una convención comparar aquel golpe con el arma de fuego encasquillada que de improviso
rebufa
y nos deja el hombre maltrecho: es un dolor brusco que nos hace escupir reciamente contra los altos cielos, los venturosos
cielos
por un promedio de dos semanas: y ahí queda como una molestia que en otoño y climas
húmedos
suele resentirse, esa primera mujer delineada con la nitidez de un conjunto de cuatro troncos de abedul
blanco
que brotaran en un mismo terreno, si se quiere cercado a modo de gruta y templete, era
el sitio
que prefería (libro en mano): quiero decir, el sitio que hubiera preferido y que sin duda hubiéramos acabado
por construir
ya que espacio o entorno por aquellas fechas, teníamos (valga añadir, gracias a nuestro común esfuerzo y aquel modo inteligente de colaborar que alcanzamos en cuanto pareja). Muy
nítida
veo a esta primera mujer, quizás todavía algo opacada por aquellos frascos y el bisturí de una muerte en cierta medida, reciente: sus líneas
(será que idealizó, será que rehuyó un sartal de cosas) ponen
en fuga
la osamenta de la arpía (mis cuatro herederas saben a quién me refiero) y de la Breve (yo me entiendo) cuyos
sobacos
olían a estragón (luego dicen, que uno tiene ribetes proustianos aunque tira a coña estas cosas): en fin, dejémonos
de explayar
aquel pasado tan escarnecido una y otra vez en casi medio millar de poemas, permítase
que concentre
mis fuerzas en la hora actual, esta sala cuyo desmesurado recinto a veces me descompone de tal forma
que en pleno invierno
apura a que abra las ventanas y evite respirar la carcoma asentada en el cedro de cuatro sillas, en los arcos
y revueltas
del gran sillón de bambú filipino y ¡Santo Dios! hasta en la propia tela con motivos
orientales
que viste el canapé sin estrenar de la sala.
Medusario
FCE
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