3/30/2016

El baile de la marea






Hervía la arena negra. Tuve que caminar rápido, sobre piedras y conchas y pedazos de plástico y largas semillas de mangle, hasta sentir en mis pies de niño el frío bálsamo de la marea. No había nadie, salvo un viejo indígena metido hasta la cintura en las olas, pescando con un hilo invisible que lanzaba y luego enrollaba entre su palma y su codo.

- Deme la mano -dijo mi papá -. La marea está muy fuerte.
- Yo quiero solito.
- Que me dé la mano, le digo.

Permanecimos un rato así, en silencio, él agarrando mi mano con algo de tosquedad, ambos metidos hasta las rodillas en el agua fresca y espumosa.

- Yo me ahogué en este mar.

No entendí. Busqué su rostro hacia arriba.

-Tenía más o menos su misma edad cuando me ahogué en este mar.

Mi papá hizo una pausa, esperando a que pasara una fila perfecta de pelícanos, quizás ocho o diez pelícanos, sus panzas blancas raspando ligeramente la superficie del agua.

- No me ahogué aquí, en Sipacate, sino más hacia allá -dijo mirando a su izquierda -, en la playa de Iztapa.

Lejos, en el horizonte, un inmenso buque carguero no avanzaba.

- Una tarde me metí a nadar pese a las advertencias, y sin darme cuenta ya me había alejado demasiado de la costa. Por más que luchaba, y pataleaba, y trataba de regresar, la marea seguía arrastrándome mar adentro, cada vez más fuerte y más lejos. Hasta que me ahogué.

Sentí algo en el vientre que hoy, ahora, describiría como miedo.

- Me salvó un soldado de la marina norteamericana.

Escuchaba a mi papá hablar, pero no quería verlo. Me puse a contar olar.

- Esa tarde había un soldado norteamericano en la playa, asoleándose o tal vez paseando, no sé. Pues él vio lo que me estaba ocurriendo o tal vez alguien le anunció lo que me estaba ocurriendo, y se lanzó al mar y nadó hasta alcanzarme y me sacó ya muerto a la playa, donde él mismo me revivió.

No dijo más y yo me quedé observando al viejo indígena pescando en precario equilibrio con la marea, con las olas, y me estremeció comprender que mi padre había tenido entonces mi misma edad, que mi padre había muerto a mi misma edad antes de que un soldado naval norteamericano - a quien yo en ese momento me imaginé de proporciones colosales- lo sacara del mar y le devolviera la vida. Quería preguntarle cosas a mi padre. Preguntarle qué hubiera pasado si el soldado naval norteamericano no hubiese estado allí, tomando el sol o paseando, la tarde que él murió ahogado en el mar. Preguntarle quién hubiera sido entonces mi padre si él hubiese muerto aquella tarde en el mar. Quería preguntarle a mi padre quién sería yo sin mi padre.

- Vamos - me dijo o quizás me preguntó.

Durante un tiempo aún pude sentir el baile de la marea en las piernas. 



Eduardo Halfon.
Mañana nunca lo hablamos.
Pretextos.





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