5/21/2015

Wislawa Szymborska: Dos puntos.
















ABC

Ya nunca sabré
qué pensaba de mí A.
Si B. llegó a perdonarme de verdad.
Por qué C. aparentaba que no pasaba nada.
Qué papel jugó D. en el silencio de E.
Qué esperaba F., si es que esperaba.
Qué aparentaba G., a pesar de estar segura.
QUé quería ocultar H.
Qué quería añadir I.
Si el hecho de que yo estuviera a su lado tuvo alguna importancia
para J. para K. y para el resto del alfabeto.



Ausencia

Faltó poco
y  mi madre podría haberse casado
con el señor Zbingniew B. de Zdunska Wola.
Y si hubiera tenido una hija, no habría sido yo.
Quizá habría tenido mejor memoria para los nombres y las caras,
y para las melodías oídas una sola vez.
Habría reconocido sin problemas qué pájaro era cuál.
Habría tenido unas notas fantásticas de física y de química,
peores de lengua,
pero habría escrito a escondidas poemas
de entrada mucho más interesantes que los míos.

Faltó poco
y mi padre podría haberse casado en ese mismo momento
con la señorita Jadwiga R. de Zakopane.
Y si hubiera tenido una hija, no habría sido yo.
Quizá habría sido más terca en lo de salirse con la suya.
Y se habría lanzado sin temor a aguas profundas
capaz de abandonarse a emociones gregarias.
Vista permanentemente en varios lugares al mismo tiempo,
pero rara vez entre libros, más a menudo en la calle 
jugando a la pelota con los chicos.

Quizá incluso se hubieran encontrado ambas
en la misma escuela, en la misma clase.
Pero no habrían sido amigas,
no habrían tenido ningún parentesco,
y en las fotos de grupo estarían lejos una de otra.

Niñas, poneos ahí
- habría dicho el fotógrafo -.
Las más bajas delante, las más altas detrás.
Y sonreíd cuando os dé la señal.

Pero contad antes 
si estáis todas.

- Sí señor, estamos todas.














Perspectiva

Se cruzaron como dos desconocidos,
sin gestos ni palabras,
ella de camino a la tienda
él de camino hacia el coche.

Quizá entre la consternación,
o el desconcierto,
o la inadvertencia,
de que por un breve instante
se amaron para siempre.

No hay sin embargo garantía
de que fueran ellos.
Quizá de lejos sí,
pero de cerca en absoluto.

Los vi desde la ventana,
y quien mira desde arriba
se equivoca con mayor facilidad.

Ella desapareció tras una puerta de cristal,
él subió al coche
y arrancó rápidamente.
Así que no pasó nada
ni siquiera si pasó.

Y yo solo por un momento
segura de lo que vi,
intento ahora en un poema casual
convenceros a Vosotros, Lectores,
de que aquello fue triste.





La cortesía de los ciegos

Un poeta lee poemas a unos ciegos.
No se imaginaba que fuera tan difícil.
Le tiembla la voz.
Le tiemblan las manos.

Siente que cada frase
debe superarla prueba de la oscuridad.
Tendrá que arreglárselas sola,
sin luces ni colores.

Peligrosa aventura
para las estrellas de sus poemas,
para la aurora, el arco iris, las nubes, los neones, la luna,
para los peces hasta ahora tan plateados bajo el agua
y los azores tan callados, altos en el cielo.

Lee - porque es ya demasiado tarde para no leer -
sobre el niño de la cazadora amarilla en el verde prado,
sobre los rojos tejados que se pueden contar en los valles,
sobre los vivaces números en las camisetas de los jugadores
y sobre una mujer desnuda tras una puerta entreabierta.

Quisiera omitir - aunque eso no es posible -
a todos aquellos santos en la bóveda de la catedral,
aquel gesto de despedida desde la ventana del vagón,
la lente del microscopio y el destello en el anillo,
y las pantallas y los espejos y el álbum con rostros.

Pero grand es la cortesía de los ciegos,
grandes su comprensión y su magnanimidad.
Escucha, sonríe, aplauden.

Alguno de ellos incluso se acerca
con un libro abierto al revés
pidiendo un autógrafo invisible para él.


Wislawa Szymborska.
Dos puntos.
Igitur, 2011.




Fotografías de Aglae Abreu








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