9/12/2014

creolina
















Misa mayor por la mañana. Paseos, afternoon;
          tocan piano a dos manos. Ellas
1965   y sus cananas bajo un sostén regio,
          después de bruto entre las ropas. Levan
romanzas y más tarde vida concentrándose pálida
en sus sueños. Esa sala donde drena la oscuridad
a chorradas, quita ya la vista y todo sermón, cualquier 
inmediata pastelería de flan chino, más copa de Larios.
Muy pocos domingos después, alguna de ellas se irán
yendo para siempre. Y la cena, tras pasar la cena,
y el trapo del polvo sobre aquellos tálamos de níquel,
donde ahora se recuestan con sus vestidos ajenos 
a la moda, delante fotografías. Al cuarto de sus padres,
          esa certeza plena de los guatambúes reunidos
1970   en un dosel de raso, junto a cobertores de piel
          leonada. La rara somnolencia de un padre
al afeitarse, niega de improviso todo fundamento.
También en ellas esa hoja de fígaro (stainless steel)
estará abriéndoles surcos días y noche, a la luz
de novísimos movimientos. Concédase a sí la pausa
en estos y otros enviones. Líbralas de ellas.

De la aerofagia, de próximos desgarros. Adluego,
          niños de Maeterlink ya reposan lejos
1972   de los autores muertos, simples formas nunca
          leídas, cachando los ojos en doble pestañeo.
Allí pensó, al sentarse a la mesa: con el luto
no se tiene gana de nada. A través de aparejos
vacíos de guante, la acetona yendo del relevo al relevo
de prueba, en su apareamiento de píxeles, y delante
suyo un frío sacudiendo cabezas, pies, ojos
en su sombra, enzimas, tanto como agua
y creolina, donde existieron apenas bienes raíces.





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