4/09/2014

Metáfora contagiosa










Según Autoridades, el cáncer:
"es un tumor maligno duro"
amarilloso vómito de azufre
arcano calamar de tinta negra
que estrangula el burdel de las arterias.
Los Antiguos (mejor dicho, los brujos
miserables del primer bautismo)
sintieron el terror de un símil cósmico:
las patas luminosas de la nada divina
al verse en el espejo de la carne humana,
como Platón, volvieron a la cueva del cangrejo.
¿Qué sumisión, qué hastió,
qué profecía falsa les hizo comparar
mi nacimiento con mi muerte?
¿Qué les hizo pensar (según
la solipsista Susan Sontag)
que si a la Dama  de las Camelias,
diosa de Hollywood y del romanticismo,
la consumió la flor de la tuberculosis,
a mí, fantasmal morador del Siglo Veinte,
jodido juey del Trópico de Cáncer,
me tocará la tumba del tumor de moda?
El 20 de julio de 1969 invadían la luna
y yo cumplía veintiuno en una hospitalaria
cárcel de Harlem. Allí me curaron la poesía,
el suicidio y la locura de mendigo del amor.
Antídotamente aprendí los Ahoras.
He sabido desde entonces que aunque
los griegos, los judíos y Borges
hubieran descubierto el enigma
de quel papel aguanta todo lo que le pongan
todos llegamos al mismo laberinto:
Odiseo vendiendo queso de cabra en una esquina,
Salomón filmando versiones de la Biblia
y Borges vistiéndose de Evita en Broadway.
Como el cangrejo canceroso de mi corazón
la historia camina para atrás,
sube arriba y baja abajo.
Es un crustáceo enfermo que 
confunde las metáforas
y nunca es invitado a recitar poemas.
Y sabe (sobre todo) porque siempre
ha vivido en un hoyo en la arena,
que su otro yo son las estrellas
y que la muerte no es otra cosa que un pasaje
hacia un sobrepoblado Cuarto Mundo.




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