7/02/2013

Lo más triste es no tener ningún nombre con qué ensuciar el último asiento del ómnibus en que viajas.












El derby de las jirafas y de los omnibuses

Entonces vivimos dando vueltas alrededor del hueco de un zapato
Galopando a lomo de jirafa
Estrellándonos en nuestras propias circunstancias
Blandiendo una espada que puede ser la antena de una radio
O un palo usado de golf.
A veces dormimos largas noches de lechuza
Encima de las piedras que intervienen en el juego
Y abrimos las puertas del chalet suizo para orinar en el lago
Y darle su comida a la jirafa en premio a su benevolencia.
Otras veces preferimos acostarnos sin dormir
Para leer una enciclopedia de geografía de animales o de poemas
Y nos parecemos muchísimo al Payaso de la Primavera Florida.
Para escapar de la rutina te paras de cabeza
Buscas la palabra más complicada del diccionario
Sacas tus piernas por la ventana del último piso del edificio más alto
Y la dices a gritos
(Asegurando siempre la montura de tu jirafa
No vaya a ser que la gente al fin te entienda
Y tengas que volar a otras comarcas donde nadie te conozca).
Si estás imposibilitado de hacerlo
Dibujas simplemente tu rostro en medio de la pista
Y desvías a los automóviles con una pistola de juguete
Pero
Así salgas victorioso
Continuarás dando vueltas alrededor del hueco de un zapato
O tendrás que salir de viaje.

Ocurre entonces que lo más triste es no tener ningún nombre
Con qué ensuciar el último asiento del ómnibus en que viajas.








Te has arrodillado desnudo en la losa
y has observado largamente tu propia mierda, Eduardo, Eduardo,
luego de tres días sin comer has vaciado tu cuerpo
y lo has visto como a un manso animal descansando al borde de la carretera.
Estás desnudo, Eduardo, Eduardo, has acariciado torpemente la bola de cristal y nada has visto,
apenas un fragor de caballos quebrando la pista,
apenas tus huesos podridos flotando en el mar.
Estás solo, Eduardo, Eduardo,
ahora es el momento de cerrar los ojos y rascar con la uña la vana superficie del espejo, ahora es el momento
de romper medallas y escupir los retratos de la B. de Portinari.

Tus genitales señalan al sur, Eduardo, Eduardo,
la flecha impostora desvía bandadas de pájaros que equivocan el camino
y juntas las palmas de las manos hasta procurar el fuego;
así es el mundo, Eduardo, Eduardo,
el mundo que hace del amor un grito inescuchable,
el mundo que hace del amor una ventana rota.
La mitad del mundo es tuya y la otra del demonio, Eduardo, Eduardo,
mas la otra es una malla de cobre donde cuelgan las palabras
vacías como cajas de cartón en espera de ser utilizadas.
Has plagiado un verso, Eduardo, Eduardo,
te has inclinado ante tu propia mierda a desclavar estacas y volverlas a clavar,
te has observado inútilmente en el espejo
hasta saber que ahora es el momento de decir unas palabras.
No sea que despierte el manso animal que descansa al borde de la carretera
y lo atropellen.









En el barrio judío de Lituania

"Mala combinación de colores. El azul
no va con rojo encendido y las abuelas
no hierven verduras sobre el tejado verde.
Las vacas, tonto, posan sus pezuñas en el pasto
y ese circo (¿los judíos van al circo?)
con obesas caballistas, pero todo tan tierno:
el jaez de los caballos, el fuego esplendente de tu pelo
-antorchas en raudo movimiento-
y quite ese rosa que distrae el amarillo.
La pintura no es su fuerte, Chagall.
Dedíquese a otra cosa".






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