9/10/2016

El padre. Sharon Olds













Su quietud

El doctor dijo: "Usted me pidió que le dijera
cuando no se pudiera hacer nada más.
Se lo digo ahora."
Mi padre estaba sentado,
casi inmóvil, como siempre, sin mover los ojos. 
Yo supuse que se enfurecería al saber que moriría,
que agitaría los brazos, que gritaría.
Pero se quedó sentado, 
limpio con su pijama limpio,
delgado, como un santo.
El doctor dijo: "Podemos hacer algunas cosas
para darle tiempo, pero no lo podemos curar."
Mi padre le dio las gracias. 
Y se quedó sentado, quieto, solo, 
digno como un rey extranjero.
Me senté a su lado. Ese era mi padre:
siempre supo que era mortal. En cambio, yo temí
que tuvieran que amarrarlo. Había olvidado
que siempre se quedaba así, aguantando,
en silencio, el alcohol un modo de callar.
No lo había conocido: mi padre tenía dignidad.
Al final de su vida, su vida
comenzó a despertar en mí.




Alzándose

De pronto mi padre se alzó la bata, yo
miré hacia otro lado pero él me dijo
¡Shar!, mi sobrenombre, así que miré.
Estaba sentado en la cama de acero con la
bata subida llegándole al cuello
y me mostraba cuánto peso había perdido.
Donde una vez estuvo su abdomen vigoroso y sólido
tan solo vi piel convertida en pliegues
marchitos, blandos, peludos,
hundidos en un mar de arrugas, 
en la base de su abdomen, 
el torso enjuto de un hombre fuerte
pronto a morir. De inmediato
vi cuánto se asemejan sus caderas a las mías,
los ángulos blancos, largos, y luego
cuánto se parece su pelvis a la de mi hija,
habitaciones de un caracol vaciado,
vi los pliegues de su piel
semejantes a una pasta espesa, derramada,
vi su sonrisa arrepentida, los ojos mirando arriba
mientras me muestra su viejo cuerpo,
sabe que me importa, que me parecerá
atractivo. Si alguna vez alguien me hubiera dicho
que yo estaría junto a él así, que se alzaría el pijama
y que yo miraría su cuerpo desnudo, 
el brote grueso de su glande, su pene
en medio de tanto pelo oscuro, 
que lo miraría con cariño y asombro incómodo,
no lo hubiera creído. Pero aún ahora
recuerdo esos diminutos copos de nieve,
blandos y azules en la tela de pijama que se alza
tal como nos prometieron que se alzaría en la muerte:
los velos caerían de nuestros ojos, los sabríamos todo. 





Mi padre me habla desde los muertos

Es como si hubiera despertado en un cobertizo, 
sobre el barro, en medio de escamas, rodeado
de tiestos, huellas de babosas brillantes
surcan mi cuerpo. No sé por dónde comenzar, 
la inmundicia me envuelve. Arrojo esta telaraña,
mortaja de muertos, lejos de mi boca. Veamos
si ahí donde he estado puedo hacer esto.
Amo tus pies. Amo tus rodillas, 
amo tus mis nuestras piernas, tan 
largas porque son tuyas y mías: 
de los dos. Amo tu -cómo llamarle-
entre tus piernas, nunca le dimos nombre, el
fulgor y la pureza de sus rizos. Amo
tus nalgas, una vez te cambié los pañales,
lavé la suciedad diminuta, te unté
aceite con mi dedo; cuando toqué tu ano
mi vida hizo cortocircuito con Dios por un instante.
Era tu madre quien odiaba tu mierda, no yo.
Amo tu ombligo, fósil de cardo,
aunque sea la marca de ella
en ti. Y también amo tus pechos:
¿me viste observarlos desde el rostro
de tu hija mientras la amamantabas?
Amo tus hombros marcados y
tu cabello, grueso y vivo
como la tierra. Nunca odié tu rostro,
odié sus erupciones. ¿Sabes qué amo?
Tu cerebro, mis mitades y sus pligues
plateados, como labios de mujer.
Amo en ti
incluso lo que provene
de las profundidades de tu madre:
tu corazón, ese trabajador esforzado,
y tu vientre, para mí el cielo,
yazgo en sus colinas suaves y miro hacia arriba
su cúpula rosa.
He estado en un cuerpo sin aliento, 
he estado en la morgue, en el fuego, en una chimenea
de escorias, en el aire sobre la tierra,
y enterrado, he bajado
al fondo de los océanos: desde donde he estado
puedo entender esta vida, soy la tierra,
tu padre, yo te hice, cuando digo que te amo
estoy diciendo, mira tus manos, muévelas, 
ese movimiento es el amor de la tierra,
para amor humano,
busca en otro lugar.




Sharon Ols
El padre
Traducción Mori Ponsowy


No hay comentarios: