9/26/2014

En la belleza ajena
















Podría escribir una guía de esta ciudad, de esta ciudad caída. Calle por calle, casa por casa, iglesia por iglesia. Qué pasó en este edificio, quién traicionó - y a quién- en este apartamento, quién esperaba a quién en la esquina de esta calle. Y por qué ese quién nunca llegó. Incluso, al hacerlo podría poner una expresión bastante severa y reprobar algunos actos, juzgar a algunas personas. No me faltaría material; llegado el caso, iría al archivo y escudriñaría en polvorientas carpetas, buscando documentos comprometedores. Sería un acusador de principios, insobornable.
Pero cuando pienso en los años transcurridos, cuando imagino esta ciudad, cuando veo a sus habitantes, a los transeúntes que llenan sus calles y plazas, que corren o sólo pasean, que en el último momento suben de un salto al tranvía en marcha o que se hallan sentados perezosamente en los bancos de un parque o en los jardines de los Platy en un día sofocante de abril, me veo también a mí mismo. Yo también estaba allí. En la plaza del Mercado, en la calle Florianska, en la calle Dluga; en las aulas de la antigua universidad, en las redacciones de las revistas locales; iba al teatro y al cine (con más frecuencia al cine, pues los cines eran entonces extraterritoriales y acogedoras cavernas de Platón y, al mismo tiempo, las agencias de viajes más baratas, y a que permitían viajar casi gratis por todo el mundo), quedaba con chicas, me ganaba la vida (no demasiado). Vivía en esta ciudad, vivía en el comunismo, me encaramaba de un salto al tranvía, si éste no iba demasiado acelerado. Escribía poemas y relatos; al cabo de algún tiempo, empecé a publicar libros, y esperaba con impaciencia las reseñas correspondientes; yo mismo escribía también reseñas de libros ajenos (los escritores jóvenes se comportan como fiscales nombrados a toda prisa por el poder revolucionario, les zurran la badana a los autores de la generación anterior respetados unánimemente, pues en ellos encuentran censurables errores y tergiversaciones; todo para sobrevivir, y es más fácil pasar por la difícil etapa de la juventud literaria con la toga de procurador que en el banquillo de la defensa).






1 comentario:

Nata Ruiz-Poveda dijo...

Buenísimo, me encantó el texto.