11/09/2012

primera persona (2)








Lo más cercano que conozco al mundo de la alquimia es el martini sucio. Tenemos una enfermedad que se llama criptomanía. Hay relaciones que se sostienen en una complicidad exclusivamente lingüística (cuando tienen problemas val al semiólogo). Entre las palabras que no sé si me gustan yo pondría crinolina. Hay otras relaciones basadas en la creación de rituales. El desmoronamiento de una personalidad deja la mesa llena de migas: si las reúnes y  las amasas, puedes modelar fetiches. (esta es la primera vez que, mientras escribo, aprendo algo sobre mí mismo.)



La Primera Persona tiene la secreta convicción de que las hormas para zapatos son en realidad complejos aparatos de tortura. Tiene, como Constanza, una arraigada fascinación por los autómatas, aunque no es, ni remotamente, un erudito. Su concepción de la prosa es más bien burda: red que sirva para atrapar a las mariposas del sentido. La Primera Persona se refugia en una región paradisíaca de sí mismo cuando sospecha que afuera todo se está yendo a la chingada. Sus circundantes no lo advierten, excepto quizás en el hecho de que tiene blackouts ortográficos.




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