EL GRAN CONVERSADOR
Empecé a levantar la voz.
"¿Me tienes miedo?
¿Me tienes miedo? ¿Eh?
¿A ti qué cojones te pasa?
¿Eres del Opus? ¿Cura?
¿Eres un jodido cura o qué?"
Por un instante
apenas perceptible
se hizo el silencio
en el restaurante.
Volví la vista
y luego me llené
la boca
de vino, de palabras vacías,
de basura,
y seguí largando.
ODIO
Empecé a levantar la voz.
"¿Me tienes miedo?
¿Me tienes miedo? ¿Eh?
¿A ti qué cojones te pasa?
¿Eres del Opus? ¿Cura?
¿Eres un jodido cura o qué?"
Por un instante
apenas perceptible
se hizo el silencio
en el restaurante.
Volví la vista
y luego me llené
la boca
de vino, de palabras vacías,
de basura,
y seguí largando.
ODIO
Me faltan algunos odios todavía.
Estoy seguro de que existen.
Céline.
El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el locutor deportivo
de la radio del vecino
esos domingos por la tarde.
El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el macaco de uniforme
que sentencia -arma
al cinto- que el semáforo
no estaba en ámbar, sino en rojo.
El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el cívico paleto
vestido de payaso.
que te dice
que no se permiten perros
en el parque.
El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con la gente que choca contigo
por la calle
cuando vas cargado
con las bolsas de la compra
o un bidón de queroseno
para una estufa
que en cualquier caso
no funciona.
El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el neandertal en cuyas manos
alguien ha puesto
ese taladro de percusión.
El odio son las cosas
que te gustaría hacer
cuando le dejas un libro a alguien
y te lo devuelve en edición fascicular.
El odio es una edición crítica
de Góngora.
El odio son las campanas
de la iglesia
en mañanas de resaca.
El odio es la familia.
El odio es un cajero
que se niega a darte más billetes
por imposibilidad transitoria
de comunicación con la central.
El odio es una abogada
de oficio
aliándose con el representante
de la ley
a las ocho de la mañana
en una comisaría
mientras sufres un ataque
de hipotermia.
El odio es una úlcera
en un atasco.
El odio son las palomitas
en el cine.
El odio es un cenicero
atestado de cáscaras de pipa.
El odio es un teléfono.
El odio es preguntar por un teléfono
y que te digan que no hay.
El odio es una visita
no solicitada.
El odio es un flautista
aficionado.
El odio
en estado puro
es retroactivo
personal
e intrasnferible.
El odio es que un estúpido
no entienda
tu incomprensión,
tu estupidez.
El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con este poema
si tu pluma
valiera
su pistola.
REVOLUCIÓN
Demasiada mierda
está siendo repartida
por los pocos
entre los muchos,
hasta que los muchos
se convierten
en los pocos
y la mierda
comienza a volar
de nuevo;
eso es lo que Marx
realmente
quiso decir
cuando dijo
que la realidad
es dialéctica:
apesta
en cualquiera de los casos.
MUSA
Si no hubiera perros, no querría vivir.
Schopenhauer
Yo también tengo una Musa
y esa Musa un nombre: Pacho.
Un bóxer atigrado,
veinticinco doscientos
en el último pesaje,
vivaracho, peleón,
las orejas sin cortar.
En nuestros paseos me acuden
las ideas.
Perdidos
entre el mundanal ruido
de calles y callejas
y avenidas
donde todo son señales
de odio y prohibición,
letrertos con la efigie
de un can estilizado
y postmoderno
cruzado de parte a parte
con una tachadura.
Lo que no sabe la masa
es que tendrían que poner
señales para mí también.
Pero todo llega y llegará
Pero todo llega y llegará
quizá muy pronto el día:
Prhibido Escribir.
Y mientras tanto me paseo
buscando las lindes de la urbe,
el descampado que se extiende
junto al cementerio,
entre ruinas humanas,
basuras y escombros y papeles,
restos de hogueras
con las que los nuevos bárbaros
educados en su recién comprado
jueguito democrático
conjuran los fantasmas del jolgorio
por decreto.
Espero. Tal vez no esté tan lejos
la gloriosa hora
en que por fin las balas y las bombas
sustituyan de una vez a las palabras,
y este podrido orbe se deshaga
en el fuego de las estrellas que nos miran.
Roger Wolfe, Arde Babilonia. Visor, 1994.
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