5/19/2008

Anclado


Pero yo ya no discuto con nadie. Ya estoy aburrido de discutir. Al final, de todos modos, me tocan las patás por el culo. Ya no discuto. Me hago el medio retrasado mental, medio mongólico, y me dejan tranquilo. A veces pienso que al pobre le conviene más ser imbécil que inteligente. Un poco imbécil y muy duro (un pobre lúcido es un brillante suicida potencial o un remoto combatiente de la Revolución mundial. O las dos cosas). Y no quejarnos. Para nada vale quejarse y llorar y sentir compasión. Ni por uno ni por los demás. Compasión por nadie. Hay que entrenarse, pero se logra. Después de muchas patás por el culo y por los huevos, al fin uno aprende a ser un poco duro y a partirle de frente y luchando como sea. No queda opción.





Ése es mi oficio: revolcador de mierda. A nadie le gusta. ¿no se tapan la nariz cuando pasa el camión colector de basura? ¿No esconden al fondo las cubetas de los desperdicios? ¿No ignoran a los barrenderos en las calles, a los sepultureros, a los limpiadores de fosas? ¿No se asquean cuando escuchan la palabra carroña? Por eso tampoco me sonríen y miran a otro lado cuando me ven. Soy un revolcador de mierda. Y no es que busque algo entre la mierda. Generalmente no encuentro nada. No puedo decirles: "Oh, miren, encontré un brillante entre la mierda, o encontré una buena idea entre la mierda, o encontré algo hermoso." No es así. Nada busco y nada encuentro. Por tanto, no puedo demostrar que soy un tipo pragmático y socialmente útil. Sólo hago como los niños: cagan y después juegan con su propia mierda, la huelen, se la comen, y se divierten hasta que llega mamá, los saca de la mierda, los baña, los perfuma, y les advierte que eso no se puede hacer.
Eso es todo. No me interesa lo decorativo, ni lo hermoso, ni lo dulce, ni lo delicioso, Por eso siempre he dudado de una escultora que fue mi mujer algún tiempo. Había demasiada paz en sus esculturas para ser buenas. El arte sólo sirve para algo si es irreverente, atormentado, lleno de pesadillas, y desespero. Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitar molestias a nuestra conciencia.



Pedro Juan Gutiérrez, Trilogía sucia de La Habana. Anagrama, 1998.

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